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María José Pou

iPou 3.0

Ángeles o minions

“Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”. Para un laicista convencido, la frase constituirá un ejercicio de imposición insoportable contra la libertad infantil de encomendarse a los minions antes de dormir. Pero para algunos que soñábamos tranquilos después de pronunciarla, confiados en que no había monstruo con el que no pudiera nuestro ángel de la guarda, no supuso problema alguno que nos la hicieran recitar. Incluso aunque ahora diéramos cualquier cosa por tener un minion de colega para tomarnos todo con un poco más de guasa. La diferencia entre el minion y el ángel de la guarda es sustancial y va mucho más allá de que existan sábanas, tazas y mochilas del primero y no del segundo. Efectivamente éste no es objeto de consumo pues la confianza en él hunde sus raíces en el comienzo de nuestra civilización y no en la industria americana del espectáculo. Quienes lo combaten creyendo que es un invento cristiano ignoran que los ángeles protectores aparecen en la Torá y el Corán, pero imagino que no es un problema de la siempre recalcitrante Iglesia católica sino de la incómoda presencia de la religión en la vida pública. Es comprensible. En su mundo ideal no tendrían por qué estar esas referencias -que no hacen mal a nadie y algún bien a unos cuantos- pero no vivimos en una ciudad reconstruida con escuadra y cartabón tras un cataclismo nuclear sino en una comunidad que tiene su historia y la de Valencia, por cierto, está muy vinculada a la devoción al Ángel Custodio, no en vano tiene hasta un puente dedicado, que lo supongo incluido en la lista de memoria histórica para ser rebautizado. Es cierto que la fe en el Ángel Custodio es una actitud medieval pues era a él a quien se encomendaba Valencia para sentirse protegida de pestes, bandoleros o hambrunas. Del mismo modo, resulta antinatural creer que un ser celestial nos va a proteger de todo mal. Poco importa que, junto a la crítica, haya prácticas supersticiosas que se creen a salvo por meter los pies en el agua la noche de San Juan, por vestir algo rojo en Nochevieja, por llevar pulseras de santitos en la muñeca o por encomendarse incluso a ángeles protectores sin afiliación sindical conocida. La necesidad de sentirse resguardado del mal va en la naturaleza del ser humano. Por eso se asocia el Ángel Custodio a la Policía aunque ahora el ayuntamiento de Valencia se empeñe en extirpar esa vinculación. Que se lo digan a quienes han salvado la vida por las maniobras de respiración de un policía, por un rescate in extremis o por la intervención de una patrulla cuando todo parecía perdido. Poco les falta para considerarlos sus “ángeles de la guarda”. Y razón tienen. Es lógico el camino hacia la laicidad que tantos desvelos produce en el actual ayuntamiento, pero no es necesario hacerlo a trompicones. Ni por decreto

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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