Por un momento pensé que los populares europeos iban a arrancarse por soleares. Quien más y quien menos se animó a aplaudir a Rajoy, el anfitrión, con un definitivo “Viva España” al final de su discurso. No sé si eso fue antes o después de un platito de jamón con un buen vino pero todo hacía pensar que sí. No es que me parezca mal terminar una intervención al grito de “Viva España”. Esa expresión bien vale nuestro interés, sobre todo en estos tiempos de zozobra identitaria nacional. Sin embargo, me pregunto a qué asesor o animador cultural se le ocurrió decir a un dirigente irlandés o polaco que a los españoles se nos ganaba con ese entusiasmo patriota. Me pregunto si en las clases de español, alguien le puso a un primer ministro un alegre Manolo Escobar y aprendió que el “Que viva España” era el equivalente a “God save the Queen” pero mucho más folk y dicharachero. El caso es que los serios dirigentes europeos zanjaron así su apoyo a nuestro presidente. Solo les faltó decir “trata de arrancarlo” o “Gol de Iniesta” para que termináramos de creer en su auténtica fe “marianista”.
Que quienes lo hacen sean los primeros ministros, presidentes o cancilleres de otros países gobernados por la derecha resulta previsible. Que sea Juncker o cualquier otro dirigente comunitario ya resulta más inquietante. No tendría por qué ser así. El problema es que miramos hacia la Unión Europea dando por hecho que sus máximas autoridades son seres apolíticos, burócratas y técnicos alejados de preferencias partidistas. Sin embargo, no es así. De hecho, son propuestos y elegidos por gentes que pertenecen a determinadas posiciones y partidos. La sorpresa suele llegar cuando un comisario europeo o un presidente de la Comisión ataca a un gobierno situado en sus antípodas ideológicas. Lo denunciaba ayer Gerardo Camps refiriéndose a Joaquín Almunia y a la Ciudad de la Luz. Nada nos asegura que un socialista, por muy comisario que sea, deje de velar por los intereses de los socialistas españoles. Y al contrario. El entusiasmo de las autoridades europeas en el apoyo electoral a Rajoy deja en muy mal lugar la presunta neutralidad de su figura. Una cosa es el sostén institucional a un primer ministro de un país miembro y otra, ese entusiasmo de partido en vísperas de un duelo electoral. La primera es deseable siempre. Sea propio o ajeno. En la segunda deberían ausentarse. Que sean sus compañeros electos de otros países, pero no los dirigentes -no elegidos por los ciudadanos- de la Unión Europea.
Cuando después sospechamos que Merkel, Sarkozy o Juncker ponen y quitan presidentes, como hicieron con Berlusconi e intentaron con Tsipras, la hipótesis gana credibilidad. Estos días han puesto a Rajoy. Basta saber si los españoles les secundan y también están dispuestos a cantar un “Que viva España” y que viva Mariano.