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María José Pou

iPou 3.0

El braghettone

No tengo miedo a volar pero a veces en los aeropuertos me gusta entrar en la sala polivalente que hace las veces de capilla, mezquita, sinagoga y pagoda. No es por rezar -aunque nunca esté de más- porque confío en la profesionalidad de las tripulaciones y en la lista de cosas por hacer que me impiden morirme tan pronto. Es más por aislarme, porque es un sitio tranquilo donde no hay niños potrosos ni grupos de despedida de soltero en Formentera ni estudiantes de bachillerato en viaje de fin de curso. Lo malo es que desde que quitaron los crucifijos, me siento un tanto idiota allí. Ya sé que no debería porque lo de menos es el trozo de madera, pero sirve de constatación. Los humanos necesitamos ver y tocar para sentir que hablamos con alguien o que tiene sentido estar allí para eso y no en otra parte. Es una presencia que ayuda a “notar”, con la torpe y limitada capacidad humana, la “otra” presencia. Necesitamos que los sentidos nos lo confirmen.

Por eso cuando he sabido que en el crematorio han cambiado el Sant Francesc, de la sala donde se reciben las cenizas, por un cuadro de un amanecer en la Albufera, he decidido no morirme. Y como sé que no puedo lograrlo ad aeternum, me he puesto plazo: no, al menos, durante el mandato de Compromís.

A mí la Albufera me pirra y, si pudiera, me encantaría ser enterrada en un arrozal pues ya que me ha hecho tan feliz en vida con l’arroç al forn y la paellita de coliflor, bueno sería pasar la eternidad en sus entrañas. Y devolver lo acumulado con su cereal. Que es mucho. Bien lo sabe mi endocrino. Pero solo imaginar a mi Whisky recogiendo mis cenizas i plorant… ¿a quién? Si no puede dirigirse a Sant Francesc porque en su lugar hay un cuadro de la Albufera ¿a quién se volverá? ¿A un pato coll vert? Una cosa es mirar a San Francisco y notar que su bondad nos abraza en momentos tan duros y otra, esa sutil invitación a celebrar la defunción ¡con un arrocito en el Palmar! No sería la primera ni la última juerga fúnebre pero quiero pensar que mis deudos se esperarán un poco para iniciar los festejos. Todo lo demás en esa campaña tapavergüenzas del gobierno municipal quiero tomármelo con idéntico cachondeo por la razón ya expuesta: prevenir cualquier sobresalto que me conduzca inexorablemente ¡a un tanatorio tan inhóspito! Su empeño en poner cortinas, telas y velos a todo lo religioso recuerda al “braghettone”, el pintor que tuvo que cubrir los desnudos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina por mandato de San Pío V en pleno espíritu de Trento. Pudores ridículos de niñas candorosas. Cubramos la realidad no sea que alguien la encuentre hermosa. Ya llegará la sensatez y hablará, como Juan Pablo II refiriéndose a la Sixtina, del “misterio de la visibilidad de lo invisible”. No necesita vidrieras ni figuras ni imágenes, por eso taparlas no es suficiente para terminar con él.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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