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María José Pou

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La anticipación

Una de las causas de infelicidad es la costumbre de anticipar: anticipar el dolor de la separación antes de que se produzca; anticipar la incertidumbre antes de que comience o anticipar las consecuencias negativas de un hecho antes de confirmarlas. Sufrimos antes de hora, dicen los psicólogos, pero sobre todo sufrimos en balde. En muchas ocasiones, tenemos tanto miedo a que suceda algo que padecemos por si ocurre y después nos encontramos con la sorpresa de que no es así. Es un claro ejemplo de sufrimiento innecesario.

La tendencia a adelantarlo todo solo se explica cuando se trata de prepararse o controlar una situación. Sin embargo, en su peor versión la encontramos en casi todas las actividades que, hoy por hoy, tienen un componente mercantil. Cuando algo se vende, parece necesario adelantar lo más posible su exposición pública e incitación a la compra. Lo hemos vivido durante semanas con Halloween. Algunas empresas organizadoras de eventos o fiestas con ese motivo, comenzaron prácticamente en verano a bombardearnos con la noche de terror. Lo mismo sucede con Nochevieja de la que ya se están vendiendo entradas hace días y no digamos la clásica “vuelta al cole con alegría” cuando aún está tendido el uniforme del año anterior a la espera de ser guardado. O la no menos clásica oferta de turrones o juguetes para Reyes con la que nos estaban torturando psicológicamente en los super e hipermercados mientras estábamos comprando helados en chanclas y bañador.

La anticipación es una estrategia de marketing que nos hace vivir la preparación de una fiesta con demasiada antelación. Lógicamente es un modo de extender el periodo de compra y asegurarse así de que todos, antes o después, se verán obligados a pasar por caja. Idéntica tendencia vemos en la política que ha iniciado ya oficialmente no la campaña sino la precampaña electoral que en poco se diferencia de los días potentes previos al día D. Ya no hay gestión, si alguna vez la hubo, exenta de intereses electorales. Tenemos por delante mes y medio de campaña electoral sin posters ni eslóganes pero con la misma cansina incitación a la compra, en este caso, del voto. Tan recalcitrante como hablar de turrones en manga corta o probarse uniformes escolares sin disfrutar ni siquiera 24 horas de vacaciones. Adelantar la Navidad, Halloween o San Valentín incrementa la ansiedad por esas fechas pero sobre todo acorta el año. O lo que es lo mismo reduce nuestra sensación del tiempo. En una palabra, nos acorta la vida toda vez que miramos más al futuro que al presente. Justo el error que nos reprochan los psicólogos cuando anticipamos lo que sucederá. No solo sufrimos sino que dejamos de vivir lo que tenemos delante y seguro. No es que el tiempo cada vez pase más deprisa, es que algunos se empeñan en dar más cuerda de lo normal con tal de exprimirnos más.

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Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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