Supongo que es un premio estratégico pero no por eso menos merecido. El Premio Nacional de las Letras 2015 otorgado a Carme Riera aprovecha para reivindicar la literatura escrita por autores bilingües, capaces de ser magníficos tanto en español como en catalán. Su perfil, como el de muchos catalanes con buena formación, demuestra que la inmersión lingüística no es incompatible con el dominio del español. Todo es cuestión de cultivarse en ambas lenguas, de leer mucho, de aprender mucho y de no despreciar ninguna de ellas. Es lo deseable en cualquier comunidad que dispone de dos modos de expresarse y nace de la convicción de que tener dos lenguas no es un problema sino una riqueza. Lo malo es que esa percepción, emponzoñada por la política, acaba perdiéndose y vemos cómo termina por considerarse sospechoso todo lo que huela a “la otra lengua”.
Ayer sin ir más lejos el PP valenciano alertaba sobre el incremento de la partida de los presupuestos de la Generalitat dedicada al fomento del valenciano. Un 97%. Parece, si no deseable, sí previsible. A menudo se censura a la derecha que gobierne para determinados lobbies pero también la izquierda lo hace, con la diferencia de que estos le parecen más dignos y suele presentar su elección como un servicio “al pueblo”, cuando en realidad, aunque termine por beneficiar a todos, se hace para a una parte de él. La que le apoya. No es extraño, pero es necesario tenerlo presente ante sus decisiones. Como la que tiene que ver con el fomento de la lengua.
A priori es una opción adecuada; diría que necesaria, pero con frecuencia utilizada para el clientelismo. Es lo que ha hecho la Generalitat catalana en los últimos años. Y la advertencia que pretendía lanzar ayer Isabel Bonig. Una cosa es fomentar la lengua minoritaria y necesitada de apoyos institucionales y otra, la adhesión a golpe de talonario. Sobre todo cuando el talonario es de todos. No parece que Puig esté en esa deriva en la que se ha embarcado Artur Mas, como asusta el PPCV. Su insistencia en el respeto a la norma o a las sentencias judiciales así lo indican. Pero aún está por ver que sus compañeros de viaje lo secunden en su lealtad. Si sabe jugar bien sus cartas, su imagen puede redoblarse en la misma medida que se achica la de Mas. Precisamente en aras de esa lealtad defendida con moderación. Lo difícil no es mantener ese tono sensato en La Moncloa sino en la calle Caballeros. Es el “seny” que ayer mostraba Riera reconociendo el “inmenso ridículo” que están haciendo algunos en Cataluña. En ese contexto, una mano tendida al PP para mostrar unidad en la lealtad al Estado agrandaría la figura de Puig. Pero para eso también necesita un PP dispuesto a ser leal a su presidente autonómico. Cuando las espaldas están llenas de cuchillos traicioneros, es poco menos que una utopía nacida de la astenia otoñal.