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María José Pou

iPou 3.0

Independencia de Roma

No espero otra cosa. La sucesión en el Arzobispo de Barcelona puede tener el resultado que hemos visto en las últimas horas. El anuncio de que hoy puede ser nombrado un prelado no catalán ha despertado las iras de los independentistas, tan crecidos últimamente. Poco importa que haya nacido en la antigua Corona de Aragón, que haya estudiado catalán o que haya sido misionero; su perfil no es el deseado por los soberanistas. Son las incoherencias de la extrema izquierda. El antimilitarista Podemos anuncia el fichaje de un general de alto rango, y los soberanistas antisistema ponen el grito en el cielo reivindicando el derecho de presentación, una prerrogativa medieval por la que los reyes decidían quién podía presidir una diócesis, y que también ejerció Franco. No parece importarles querer compartir el privilegio con el dictador. Esos sectores confunden la necesaria sensibilidad hacia la realidad de una zona determinada, con la presión que consideran legítima para escoger a quien les pastoree. Y si, entre los requisitos, señalaron el uso del catalán en su día, ahora que lo cumple el previsto, buscan en su curriculum algo que justifique el rechazo. En el fondo, lo que pretenden –y eso es lo preocupante- es que comparta sus tesis nacionalistas, como ocurría en el País Vasco. En una palabra, dan por bueno que la Iglesia se meta en política y haga política desde los púlpitos, aunque sea una de las principales críticas que se han hecho en este país a los obispos. Y que se siguen haciendo. Siempre que el aludido diga cosas políticamente incorrectas.

Si el cardenal Cañizares alerta sobre la cultura de la muerte por el aborto o sobre los riesgos de la apertura indiscriminada a los que vienen de fuera, es demonizado públicamente por tomar postura con consecuencias políticas. Sea oportuna o no lo sea. En cambio, si un obispo catalán se posiciona junto a los nacionalistas no hace política, hace país. De confirmarse, el elegido no lo va a pasar nada bien en su nuevo destino en estos momentos tan delicados. De ahí el inusual retraso en la sustitución de un obispo en edad de jubilación. La nacionalista es una mirada tan miope e incoherente que a los extremistas solo les queda un ejercicio más de provincianismo: pedirle al obispo del lugar que declare las diócesis catalanas independientes de Roma. ¿Cómo obedecer a un mandatario extranjero en un territorio sobre el que no tiene jurisdicción porque ésta solo le corresponde a los catalanes con ocho generaciones de apellidos locales? La iglesia de Cataluña debe tener una mirada más amplia que la política, en primer lugar, porque debe ser factor de unión, no cómplice de la fractura social y, en segundo lugar, porque la tendencia centrípeta puede acabar también con ella o, como mínimo, desnaturalizarla. Los no nacionalistas de Lleida o Girona también son sus fieles.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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