Aunque nos conmueva, indigne e impacte un asesinato machista, la reacción inmediata y fugaz es prácticamente inútil. Es como navegar relajados a bordo del Titanic por un mar en el que no aparecen puntas de iceberg. Si estamos cerca de zonas heladas, no ver la cumbre de los iceberg no debería dejarnos tranquilos. Posiblemente estan ahí aunque no los veamos. Lo que hundió al Titanic no fue el hielo que sobresalía del agua sino el que estaba hundido y cortó el casco por debajo sin poder evitarlo en el momento. Para hacerlo, debían haber cambiado la ruta mucho antes.
Lo mismo sucede con la violencia machista. Es cierto que aún estamos lejos de la erradicación de los asesinatos. De hecho, ahora mismo nos daríamos con un canto en los dientes si pudiéramos decir que están próximos a 0. Sin embargo, aun con toda la alegría que eso produciría, no deberíamos relajarnos. A menudo, nos asustamos ante una concatenación de crímenes contra las mujeres como hemos vivido estos días. Es cierto que el asesinato es el extremo de esa violencia, es su peor consecuencia por lo inevitable y dramático del hecho, y debe ser la prioridad en la lucha por su erradicación. Ahora bien, como decía uno de los lemas coreados en la manifestación de Madrid de este fin de semana, es un asesinato, no un arrebato. Por lo general, no se trata de un rapto de locura momentáneo ajeno por completo a la personalidad del autor y a la realidad de su relación con la víctima. El crimen machista no se improvisa ni siquiera cuando el asesino no organice concienzudamente su acto de barbarie. El machismo se cultiva, se riega, se hace crecer, se desarrolla en tierra fértil y termina por germinar en el horror. Por eso un asesinato, aunque sea terrible, no deja de ser la punta de un iceberg que hay que combatir desde el fondo mismo del océano; desde su nacimiento cuando se desgaja de los casquetes polares y comienza a desplazarse por el mar hasta hundir uno de los buques más sólidos de la historia.
Ese trabajo significa analizar y arrancar de raíz hasta el mínimo gesto que considere a la mujer una posesión, un ser a su servicio o una persona con menos derechos. Una sociedad que aún diferencia hombres y mujeres para el acceso a un puesto de trabajo, para ocupar cargos de responsabilidad o para cobrar lo mismo no puede llevarse las manos a la cabeza cuando un chaval de 15 años se considera por encima de su novia, de sus compañeras de clase o de su madre. El más pequeño gesto cuenta y es el inicio de un choque que puede llevar a la muerte a decenas de personas. Los incendios forestales se combaten limpiando el monte, no esperando a que comiencen para apagarlos. Los accidentes, con un buen mantenimiento de las carreteras y los vehículos, no solo atendiendo a los heridos. La violencia machista se erradica mucho antes de que alguien dispare, golpee o mate.