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María José Pou

iPou 3.0

Black Friday electoral

Tengo la sensación de haber dejado pasar la gran oportunidad de mi vida. Todo por no haber comprado nada más que un kilo de manzanas y un pan de cuarto en el Black Friday. Hasta los puestos de castañas parecían ayer haberse aferrado a la técnica de venta importada de Estados Unidos. Menos mal que en España tendemos al puente en todos los casos: en el trabajo, en la fiesta y en las compras. ¿Un solo día? ¡No! Un fin de semana y, si me apuran, una semana entera de viernes mágico.

El Black Friday es ya sinónimo de ofertón, de chollo, de concentrado de rebajas pero, a diferencia de estas, la sensación del consumidor no es la de hallarse ante un día sugerente sino ante el día D en el que no comprar una ganga es indicativo de disfuncionalidad aguda.

Con los partidos emergentes, tengo la misma inquietud. Viendo el interés por presentarnos el debate a cuatro como el Black Friday de la campaña, me pregunto si dejarlo pasar será una enorme pérdida o una decisión inteligente. Por lo pronto, los debates tienen más de espectáculo que de debate sereno donde hallar claves importantes para la decisión electoral. Pero, además, un debate con dos partidos en el poder y otros dos en el limbo me parece una desproporción de la que, razonablemente, se quejan quienes hoy ocupan escaños en el parlamento español y no son convocados a ninguna sesión televisiva. PP y PSOE hablan de su experiencia, e incluso cuando se reprochan mutuamente lo hacen desde su conocimiento directo de la torpeza del adversario. Sin embargo, Ciudadanos y Podemos intervienen desde el puesto más privilegiado en una campaña electoral: desde la oposición eterna. Ese es el chollo del Black Friday. ¡Qué mejor que quejarse del gobierno y hasta de la oposición sin tener que justificar ninguna decisión!

Por eso, seguramente, al gobierno valenciano se le va la fuerza por la pancarta y vemos cómo su política es la de una oposición retroactiva, esto es, gobernar contra el gobierno anterior. Es como mandar sin IVA: sin consecuencias, sin proyecto y sin explicaciones. Toda justificación procede de lo mismo, estar reparando una injusticia eterna y, aunque es cierto que en ocasiones es así, no se puede decidir solo por oposición al anterior. Al menos, sin sufrir el desgaste de que el electorado sienta una improvisación constante. El único que parece tener claro el proyecto es Marzà. La única hoja de ruta es el bombardeo de los “yihadistas” de la derecha, a ojos de Compromís: la educación privada y concertada; los grupos valencianistas no catalanistas o las entidades próximas al PP o al mundo empresarial tocado por la varita de la subvención. El problema es que la obsesión por los sospechosos lleva a un estado policial. La vigilancia es necesaria, sin duda, pero medir el éxito por sus resultados es escaso. Gobernar es construir, no solo destruir el mundo conocido.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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