Más allá del resultado electoral, el verdadero éxito de los llamados “partidos emergentes” es haber introducido en el debate ciudadano dos afirmaciones que en realidad son cuestionables: la primera, que estamos ante una nueva era política y la segunda, que el bipartidismo es malo. Ambas ideas están relacionadas y no se entiende una sin la otra, pues la “nueva etapa” de la que hablan se refiere al fin del bipartidismo. Lo han dicho con tanto ahínco que hemos terminado por creérnoslo pero no es tan evidente como parece. No se termina con el bipartidismo de la noche a la mañana ni para siempre. Primero, tienen que consolidarse ellos y otros más y, después, inmunizar a la sociedad española y a la clase política contra la opción dual. ¿Quién puede asegurar que, dentro de unos años, los que hoy aparecen separados no se unen o no son fagocitados por otros partidos mayores? Los dos grandes de hoy, PP y PSOE, han adquirido el tamaño o el peso que tienen precisamente “devorando” a otros. En el PP, por ejemplo, está la democracia cristiana, los liberales y hasta la extrema derecha, de ahí que no tengamos una Le Pen. Por su parte, en el PSOE también hay corrientes que en ocasiones ponen en peligro la propia unidad, por no hablar de las federaciones locales a veces muy alejadas de la dirección nacional. A Cataluña me remito. Tal vez ahora asistamos a una fragmentación el voto por el cansancio ante las formaciones que han gobernado en este país durante más de 30 años pero los dos grandes partidos aglutinan la mayor parte del voto en España.
La otra afirmación es considerar que la alternancia sin turnos establecidos es perjudicial. Es cierto que las mayorías absolutas invitan al “rodillo”, pero también dan estabilidad. Si éste fuera un país dialogante y con vocación por los pactos, sería ideal un arco parlamentario muy variado, pero dado que somos justo lo contrario, llegar a acuerdos puede ser un calvario y convertirse en un modo de ser rehén antes que en un acto de libertad.
En cualquier caso Rivera e Iglesias se presentan como nuevos líderes cuando en realidad lo que pretenden es sustituir a los actuales, no transformar su modo de hacer política. Por eso se cuestionó tanto el debate a dos del otro día. No es más libre el de 4 pues faltan fuerzas políticas. Tampoco es tan útil para PP y PSOE toda vez que acabó siendo un Debate sobre el Estado de la Nación fuera del Parlamento. Rajoy intentó defenderse de la “moción de censura”. Sánchez, convencer al PSOE de que es un buen líder, aunque se estrelle el domingo. Así era imposible otra cosa que la que vimos. Al menos, Rajoy estuvo en su papel, el de presidente del gobierno que recibió una herencia envenenada. Sin embargo, su oponente estaba forzado. Es el precio que ha de pagar cuando tiene que usurpar el rol a Pablo Iglesias para que éste no le robe la silla.