«El miedo lleva a la ira; la ira lleva al odio; el odio lleva al sufrimiento; el sufrimiento, al lado oscuro”. Lo dijo Yoda. Y, sin embargo, cuando lo hizo no conocía a ningún político español. De haberlo hecho, se hubiera autocitado anteayer mismo, pues a Rajoy no le pegó un sobrino: fue el lado oscuro de la Fuerza quien lo hizo. Y, a tenor de las imágenes, la mayúscula en la palabra “Fuerza” es más que oportuna. El golpe fue tremendo y no hay justificación posible ni al hecho ni a quienes lo jalean, disculpan o minimizan. En cuestión de horas, las extrapolaciones y los maximalismos camparon a sus anchas por la opinión pública. Para echar la culpa al tono bronco de la campaña o para afear la conducta a quienes habían culpado ya a los candidatos aficionados a la violencia verbal. Es cierto que ésta existe y que avergüenza escuchar según que cosas amparados en la campaña electoral pero ni el comportamiento de ese chaval es fruto de los insultos de Pedro Sánchez ni debe evitarse todo análisis como si descubrir claves fuera cosa de puritanas histéricas.
Poner el foco sobre la agresividad verbal de un debate electoral y establecer una relación de causa-efecto es tan simplista que no merece la pena ni rebatirlo. Sin embargo, una cosa es vincular un hecho y otro posterior sin más razones y otra, muy distinta, es analizar un caldo de cultivo permanente y a largo plazo. No fue Sánchez quien incitó al chico de la bofetada. No le arrastró él al lado oscuro por mucho que estuviera faltón y desagradable en televisión. De ser así, a Rajoy le hubieran corrido a gorrazos por media España durante los días siguientes. Es la misma argumentación que algunos usan para demonizar una película o un videojuego. Que un psicópata haya visto “El silencio de los corderos” antes de matar a su vecino no significa que cualquier persona normal, expuesta al relato de Hannibal Lecter, vaya a transformarse en un asesino en serie. Del mismo modo, el reproche de Sánchez, Iglesias o Garzón a Rajoy, por duro que sea, no invita a hacer del líder popular un sparring. Son las circunstancias previas las que llevan a una conducta desordenada que, como mucho, se desencadena a partir de unas imágenes, un programa de televisión o una película. Del mismo modo que puede hacerlo una conversación, un saludo en el metro o un empujón en la calle. Otra cosa es la autocrítica necesaria, no por causalidad sino por oportunidad. Ya que ha sucedido, por qué no revisar si el tono insultante es positivo o negativo en la campaña, necesario o innecesario, procedente o improcedente. No es que invite a pegar a un candidato sino que, en un contexto adecuado, crea sensación de impunidad o, como mínimo, de justificación. Ocurrió con el asesinato de la presidenta de León. La muerte fue cosa de dos perturbadas pero quienes aplaudieron eran gentes muy cuerdas.