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María José Pou

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El tripartito de Oriente

Imagino que tiene que ser difícil para un republicano ateo que Valencia se paralice durante una tarde saludando y festejando a tres reyes sometidos a un dios cristiano. Es la ventaja de Papa Noël, que si obviamos a San Nicolás, solo recuerda a un abuelo entrañable perdido en el Polo Norte y resulta compatible con el laicismo que algunos intentan imponer –que no atender- a base de pasear a una manada de elefantes africanos por la cacharrería en la que se ha convertido el Cap i Casal. Ahora le toca el turno a la Cabalgata de Reyes, suficiente punto débil de padres y abuelos como para fastidiarles con decisiones inoportunas a través de los niños de la casa.

Olvidan algunos dirigentes valencianos que el primer tripartito conocido y jaleado universalmente fue el de los magos de Oriente. Aquello sí que era un triunvirato en condiciones, unido por un fin común y prudente ante el intento de manipulación sibilina del poder de Herodes. Es el tripartito más votado de la Historia donde además el “emergente” Baltasar se lleva la mayor parte del cariño infantil. Los niños, con su preferencia, indican que “el diferente” no solo no es rechazado sino que es el mejor. Una lección para sus mayores que, pendientes de las compras navideñas, hace mucho que olvidaron a los que vienen de Oriente en pateras, en balsas hinchables y al borde de la muerte en las costas griegas.

Tras la crisis de los refugiados de este verano y la que se avecina cuando empiece el duro invierno, vivimos un contexto en el que el episodio bíblico de la huida a Egipto, más que una molestia religiosa que extirpar de la Cabalgata, podría ser un pretexto para introducir a los niños en la realidad contemporánea. Siempre hay gente que huye y debe ser acogida en tierra extranjera. Es lo que reivindicaban ayer quienes se manifestaron frente al CIES de Zapadores para recordar a esos “diferentes” que buscan un lugar lejos de su casa. Suprimir toda referencia religiosa de las manifestaciones culturales y de las iniciativas sociales no demuestra firmeza de criterios sino al contrario. Cuando lo religioso empapa la cultura, su persecución evidencia nerviosismo e inseguridad. Si de verdad España ha dejado de ser católica, como decía Azaña, las manifestaciones religiosas morirán de inanición. Si no lo hacen, es un mal consejo para un político intentar acelerar el proceso. Puede tener un efecto contrario: invita a tomar conciencia de las señas de identidad propias y de su origen y, tal vez, a enarbolar su defensa como una causa vital. O lo que es peor, vincularlo a una opción política y confundir la defensa de lo propio con el ataque a lo ajeno. Es lo que subyace al populismo neofascista de nuestros vecinos, que no quisiéramos ver por aquí. Apostar por una vida pública más laica parece razonable en una España ya madura pero nunca sin diálogo ni sensibilidad.

Temas

religión

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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