El problema de predicar el bien y el mal es que uno ha de ser muy exquisito en el comportamiento. Si nos escandalizan los casos de pederastia por parte de sacerdotes no es solo por la repugnancia de abusar de menores sino también porque a ellos les exigimos un nivel de virtud mayor que al resto. Entre otras cosas, porque su tarea consiste en evaluarla en los fieles. Además, quien se dedica a afear la conducta de los otros, ha de ser cuidadoso con la suya no sea que los humillados encuentren ocasión de condenarle públicamente. A algunos, no le faltan ganitas. No hay más que ver al niño respondón que, reprendido o castigado, observa a sus padres beber de la botella, hablar con la boca llena o dejar las zapatillas en medio del pasillo. Le faltará tiempo para recriminarles y recordar que él fue castigado por eso mismo. Los progenitores podrán apelar a la autoridad y a lo descarado que ha salido el niño pero razón no le faltará y el resultado será frustración y pérdida de credibilidad en los castigadores.
Con los partidos aficionados a pontificar y a ejercer de jueces morales del resto, como en su momento UPyD o ahora Podemos, Ciudadanos o Compromís, ocurre eso. Quienes han sufrido su látigo inquisitorial no ven el momento de pillarles en falta. Sucedió con las sospechas sobre Monedero o sobre la novia del Querido Líder; sobre algunos candidatos de las listas de Rivera en vísperas electorales y, desde que gobiernan, sobre los amigos de Compromís. No cualesquiera sino aquellos que se incorporan a la nómina pública.
Resultaría muy feo ver cómo el “martillo de corruptos” se convierte en agencia de colocación para maridos, compañeras y colegas. Aunque la tengan, conviene no ceder a la tentación de parapetarse detrás de la mala imagen de quien acusa. Si se contrata a una empresa de amiguetes o de compañeros de “la causa”, da igual que quien pida explicaciones proceda del partido más corrupto del universo (etiqueta que cuesta otorgar a algunos, en vida de Berlusconi). Si Bonig pide explicaciones a Oltra, éstas deben llegar igual que si lo pide la Madre Teresa de Calcula o el Arcángel Gabriel, huido del belén para fugarse con las Reinas Magas. Son los ciudadanos quienes merecen tener la tranquilidad de que han pasado los tiempos antiguos de chanchullos, corruptelas y beneficios particulares. Valencia necesita mirar al futuro, no al pasado. Ni al de los 90 ni al de los 30, los 50 o los locos 80. El futuro pasa por la total transparencia y regeneración de la vida pública que no se reduce a abrir el balcón sino las cuentas, los contratos y las nóminas. Como decía la propia Oltra, la mujer del César ha de ser impoluta. Y el marido, el primo y el compañero de cañas. A quienes hoy gobiernan, que tanto han cacareado –y con razón-, se les va a exigir algo más: no basta con serlo ni parecerlo, hay que demostrarlo.