Uno de los problemas de los sectarios, sean del tipo que sean, es que son reacios a escuchar voces que les digan lo contrario de lo que piensan. Son quienes nunca leen otro periódico que no sea el de siempre; nunca sintonizan otra emisora de radio más que su favorita o nunca ven un programa de televisión donde se critique a “los suyos”. Sin embargo, es un ejercicio muy sano. Escuchar al contrario ayuda a saber cuáles son sus argumentos, a mirar con distancia los propios y evaluarlos, pero sobre todo, a entender que puede haber puntos de vista diferentes y tener algo de verdad. Es el primer paso para convivir. Cuando ese tipo de gente alcanza el poder, ya sea en una empresa, en una comisión fallera o en un ayuntamiento, suele rodearse de los fieles que son los mismos que han estado aconsejándole hasta ese momento. Esa tendencia tiene el riesgo del aislamiento que es lo que, probablemente, subyace al “síndrome de La Moncloa”. No hablar nada más que con colegas que comulgan al cien por cien con uno mismo hace que perdamos perspectiva sobre la realidad. Es como una “visión de túnel” ideológica.
Si se trata de un político, hay una fórmula muy interesante para romper su efecto perverso y la tendencia de su séquito a mantenerle en la burbuja. Es hablar con los profesionales de cada tema, en especial los representantes más críticos con el grupo al que él pertenece. Eso no solo da sensación de apertura y escucha, tan valorada por los ciudadanos, sino también consigue un propósito: ver lo mismo desde otros puntos de vista.
Cuando Joan Ribó abrió el balcón del Ayuntamiento a los ciudadanos, parecía el súmmum de la democracia. El alcalde abría de par en par la casa común para que todos los valencianos pudiéramos subir, andar por sus pasillos y hablar, incluso, con su máxima autoridad de tú a tú. No sé qué habrá sido de aquellas reuniones primeras, un poco bisoñas, con ciudadanos que tenían algo que comentar con el primer edil. Quizás fuera entonces cuando debían haber pedido la vez los vecinos que hoy se molestan por la tala de moreras. O los comerciantes de María Cristina. O los dueños de restaurantes con carril bus cercano. Mucho tomar el té con las visitas, pero poco consensuar las decisiones sobre la ciudad.
Dice ahora Ribó que no le gusta la tala de moreras y que ha pedido a la concejala Soriano que busquen una “salida consensuada” con los vecinos tras la polémica de estos días. Lo mismo sucedió con el carril bus y quién sabe si ocurrirá con la peatonalización del entorno de la Lonja. El ayuntamiento de puertas abiertas espera a la polémica para echar marcha atrás y replantear su política. Tal vez sería preferible un anteproyecto más pausado y negociado con los afectados para lograr una entrada y no una salida consensuada. Errarían menos el tiro y se sacudirían la incomodidad que produce la crítica.