Cuando Joan Ribó llegó a la alcaldía, escribí en este mismo espacio que me preocupaba su ausencia de los mercados, feudo tradicional de su antecesora. Tan marcados quedaron con Rita Barberá que lo iba a tener difícil el nuevo alcalde para evitar las comparaciones y, al mismo tiempo, pregonar las bondades de la huerta que siempre ha defendido. Eso explicaba entonces cómo se volcó en un primer momento en el antiguo cauce del río, pulmón verde de la ciudad, con la inauguración del carril running o el aniversario del Gulliver. Pero el mundo agrario seguía pendiente de un gesto, de un mimo que lo vinculara con él sin comprometerle. Y volià! Ya llegó. La política es maravillosa. Cuando crees que es imposible, es capaz de darle la vuelta a cualquier cosa con tal de lograr sus fines estratégicos. En este caso reconciliar al alcalde con la huerta sin pasar por la casilla de salida ni cobrar 20.000 pesetas, que diría el Monopoly. Sus concejales y asesores ya han encontrado la fórmula para apropiarse del mensaje agro sin arriesgarse a repetir fotografía al estilo Barberá. Se trata de dejar de entrar en sagrado pero, al mismo tiempo, llevar el mercado a la puerta de su casa. Que es la de todos. La cuadratura del círculo. Ya que los mercados han estado “okupados” emocionalmente por ella, él inventará uno propio. Con menos, ha hecho Disney una trama para sus dibujos.
Por eso no me extraña que los vendedores de los mercados municipales estén un tanto preocupados estos días. Debe de dar mucho coraje leer eso de que la convocatoria dominical llevó la huerta a la plaza, cuando ellos lo llevan haciendo décadas, cada madrugada, previo pago de tasas e impuestos, y con mañanas tristes en las que apenas una servidora y unos pocos fieles más se llevan una calabaza cacahuete o unos manojos de cebolla tierna. “Son de casa, nena”. Es el argumento definitivo. Naranjas de su huerto, unos limones hermosos o unas habas recién cogidas “acabadetes de pelar” a las que no hay quien se resista. Y ello es así porque detrás de ese “ser de casa” hay sabiduría, oficio y una autoridad comprometida. La de la propia palabra.
Como el domingo en la plaza del Ayuntamiento, sin duda. Nadie lo niega. Pero al mercado hay que ir, como hacen por cierto en estos días algunos escolares en feliz iniciativa no sé si del cole o de un profesor consciente de lo que nos jugamos todos. A los mercados hay que acercarse adrede, mientras que el de Ribó se lo encuentran los viandantes en su paseo. Dicen que en una jornada aislada. Ojalá. Faltó allí promoción de cuáles son, dónde están y qué tienen los mercados municipales donde la huerta está esplendorosa todos los días de la semana. Era la continuación lógica de un escaparate venturoso. Ahora toca un gesto elocuente hacia quienes nos traen la huerta a la plaza cada mañana. A todas las plazas de la ciudad.