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María José Pou

iPou 3.0

El arancello valenciano

Pero ¿cómo no existía ya un arancello? Si bien se piensa, resulta inexplicable que existiera un licor de limón y no uno de naranja como el que acaba de presentarse en Valencia.

El de limón, el limoncello, es uno de los sabores que todo turista ha de probar en Italia. Es una forma interesante de acabar una buena comida en una trattoria de confianza. No es la única ni la mejor pero ese es un problema de toda la gastronomía italiana, es tan rica y variada que presenta cientos de opciones para comer y para rematar una comida.

El limoncello es fuerte, muy fuerte, por eso yo prefiero la crema de limoncello porque resulta más suave. Es al licor lo que el Bayles es al güisqui. Es más dulce y entra mejor, no en vano, la conocí comiendo con unas religiosas valencianas afincadas en la Ciudad Eterna. Las monjas siempre conocen lo mejor y hasta para pecar conocen la vía adecuada sin cometer falta alguna. Milagros de nuestro Señor. Por eso, desde que he conocido la noticia de que unos enólogos valencianos han presentado el arancello a imitación del limoncello, estoy celebrándolo con una botella de crema del licor italiano que me traje de allí la última vez que estuve. Sin embargo es solo una medida provisional hasta que pueda agenciarme con una botella de Federica, que es como han bautizado al licor autóctono de naranja.

Ya sé que mis críticos dirán que este truco ya lo usé una vez declarándome fan entregada e incondicional de la horchata valenciana. Y lo soy. Sin que eso me cree ningún conflicto interno. ¡No vamos a tomar horchata después de comer! Es tan sacrílego como pedir en Italia un capuccino después del postre.

Lo mismo sucede con las bebidas valencianas. Cada una tiene su lugar y yo, pecadora, reconozco que tengo sitio para todas. Por eso promociono el arancello, para ver si funciona de nuevo la estrategia y me invitan a probarlo. Si es así, prometo ser embajadora por los siglos.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.