Cuando ayer me enteré de las novedades de Ford Almussafes, además de alegrarme por los valencianos y sobre todo por los trabajadores de Ford que respirarán con esto, pensé que aquello me sonaba de algo.

Luego me di cuenta de que esa sensación provenía de uno de los modelos que se va a fabricar pues, a pesar de no haber tenido nunca un coche eléctrico, había algo en él que me lo hacía familiar. Me refiero al llamado “híbrido enchufable”. Al oírlo, pensé, dando un respingo: “¡Anda, si yo conozco a alguno de ésos!”.

El “híbrido enchufable” (hybridus morramen, en latín) es muy común entre los especímenes que pululan en las empresas. Dícese del tipo capaz de adaptarse a cualquier circunstancia con tal de ser enchufado. O sea, el trepa de toda la vida. Ahora se llama “híbrido enchufable”. Válgame Dios.

Estos sujetos deberían ser estudiados aunque pocos tengan estómago para dedicarse a analizarlos con detenimiento y paciencia de entomólogo. Yo, a veces, lo hago por pura diversión. Me marco metas y digo: a ver hasta dónde es capaz de llegar el tipo. Y siempre consigue sorprenderme.

Conozco uno que cambiaba de coche conforme cambiaba de jefe. Era un puro “híbrido enchufable” pues en una situación de cambio constante podía llegar a no amortizar ninguno de sus vehículos.

Siempre sospeché que en el fondo tenía un acuerdo con una empresa de alquiler de coches. E incluso soñé que llegaba un día en limusina porque uno de nuestros jefes tenía a bien pasar por la vicaría. Fue un sueño pintoresco porque, al final, el capo llegó a la iglesia en calesa. Entonces me desperté sin llegar a saber nunca si se animó con el landó o se quedó en tartana.

El renting era mejor que la compra pues, de lo contrario, se arriesgaba a pillar cualquier cosa de jefe. Y lo pilló. Cualquier cosa y más allá, pero no llegó a tener, como yo hubiera deseado, un jefe ecológico y superconcienciado que fuera a trabajar en bicicleta, en monopatín o entrenándose para el Camino de Santiago.

Yo le cogí cariño por esa fidelidad extrema… a sí mismo.