Me alegro de no haber vivido en el absolutismo. No solo por la falta de libertad, de criterio propio, de sentido crítico y de nada que se le pareciera sino porque no soporto las cortes.
Me refiero a ese círculo que necesitaba un rey, un noble o un señor feudal para hacerse acompañar y aplaudir constantemente. Era un parapeto y un engañabobos que respondía a la fábula del “traje del emperador”, esto es, le decían lo que quería oír incluso aunque la propia realidad estuviera desmintiéndole ante sus ojos. Si había que modificar la realidad, se hacía. O se hacía como si el traje fuera maravilloso.
Me repugnan las cortes que se mueven en torno a un personaje poderoso porque, desgraciadamente, no es un fenómeno que se quedara en el siglo XVIII. También ahora, y supongo que siempre, hay cortes en torno a políticos, empresarios, intelectuales y hasta místicos. Y sigo sin tragarlas.
Por eso me produce tanto fastidio ver la que necesita Camps para sobrevivir, quizás anímicamente, a todo lo que está sucediendo. No quiero decir que no tenga aliados, portavoces y gentes que le acompañen en su calvario pero una cosa es tener un apoyo personal y otro, esa actitud de algunos hacia su persona en todo momento y lugar.
Me refiero a la necesidad de evitarle un vacío, una afrenta o una interpelación. Cuando las ha recibido por la calle las ha respondido muy bien por eso no entiendo que algunos se sientan obligados a hacerle de guardaespaldas morales. No le hacen falta. Y mucho menos entre los militantes de su partido.
En su partido, podrá tener quienes le valoren más o menos, quienes crean que debería apartarse y quienes no, pero nadie le puede negar que ha obtenido el éxito político que otros no pueden ni soñar. Éxito electoral, lo que busca cualquier partido.
Por eso me sobran los aplausos forzados y más en una convención del PP. Si fueran naturales los apreciaría más. Y seguro que él también.