Uno de los problemas de Twitter es que, para usarlo, se necesita saber escribir. Ocurre en general con las redes sociales aunque algunos solo se dediquen a colgar fotografías o vídeos y eludan así el terrible vicio.
Lo digo porque aunque resulte obvio que todos los que sabemos leer y escribir podemos usar las redes sociales para comunicarnos con los demás, no es evidente que debamos hacerlo.
Me explico. Yo no sé cantar. Puedo cantar, sin duda, y nadie me impide hacerlo “a squarciagola”, que dirían los italianos, esto es, a pleno pulmón, cuando voy en el coche. Sola. Que una aún conserva el sentido del ridículo.
Y ahí es donde voy a parar. No tengo por costumbre grabar vídeos cantando La Boheme y colgarlos en Youtube. Podría hacerlo y me convertiría en top ten de la categoría “Y se creyó diva” en 24 horas pero no lo haré. Y no lo haré porque puedo, pero no debo dedicarme al mundo de la canción. Ni del bel canto, siquiera, aunque dé la talla. Literalmente.
Sin embargo en las redes sociales todos nos lanzamos a escribir para disgusto de los cardiólogos que ya no saben cómo frenar los riesgos de infarto que algunos padecemos al leer según qué cosas.
Por ejemplo, el nuevo vecino de Twitter que ha concitado el interés de los medios: Paquirrín. Donde dice “interés”, léase “morbo”. El morbo viene dado por la misma circunstancia que haría que todos quisiéramos saber el contenido del discurso de la “princesa del pueblo” si tuviera que hablar en el Congreso, como alguno llegó a plantear. Sobre todo para contar las veces que diría a Zapatero “¿estamos?”.
El caso es que Paquirrín escribe. O pulsa teclas. Dejémoslo ahí. ¿Para qué complicarlo? Y el resultado es el mismo que saldría si una servidora llamara a la SGAE para decir que quiere inscribirse como soprano. Nadie me impide cantar pero no viviré de ello. Tampoco el niño Pantoja ganará el Cervantes. Pero eso sí, tendrá miles de amigos.