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María José Pou

iPou 3.0

La cultura, esa víctima

Siempre se ha dicho que la primera baja de una guerra es la verdad. Sin duda, los conflictos en Oriente Medio así lo indican. Las maquinarias de propaganda se activan cada vez que hay un enfrentamiento entre israelíes y palestinos o, como hemos visto, se corta el acceso a la información si de una revuelta popular se trata.

Sin embargo, si la información y la verdad son las primeras víctimas en los conflictos, la segunda es la cultura. No me refiero solo a las consecuencias terribles para toda una generación del impacto de la guerra como en Ruanda o Bosnia, sino en los ataques premeditados contra centros culturales.

Sarajevo fue ejemplo de ello cuando prendieron fuego a su biblioteca para acabar con una seña de identidad, no solo con el archivo de documentos. El problema es que la biblioteca era el lugar de la memoria colectiva y convenía arrasarla. No se trató solo de dejar el territorio convertido en tierra quemada –literalmente- sembrando de minas los campos para que no pudieran ser cultivados sino también el país entendido como una comunidad, atacando las mentes al extirpar de ellas la historia y el recuerdo de la vida en común. Borrando, en definitiva, el pasado.

En esos casos, el afán era “meramente” destructivo. Pero en los saqueos que se están produciendo en Egipto hay algo más, perverso y lamentable: el enriquecimiento ilícito.

Los robos en los museos egipcios no pretenden eliminar la memoria del pueblo egipcio sino obtener un beneficio. Ese beneficio no consiste solo en ganar dinero, objetivo de las mafias que roban y trafican con joyas arqueológicas, sino en poder presumir de poseer una reliquia de los faraones que nadie puede tener. Es el interés de esos coleccionistas-fetichistas capaces de delinquir y comprar obras robadas con tal de sentirse propietario único de un objeto. Un onanismo cultural que olvida que la Cultura con mayúsculas es colectiva por definición.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.