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María José Pou

iPou 3.0

Una cuestación rara

Siempre me ha sorprendido la cuestación contra el cáncer. No es que me parezca mal. Al contrario. Es loable que se pida contribución a los ciudadanos para luchar contra la enfermedad y además contribuye a sensibilizarles.

Recuerdo, de hecho, las huchas antiguas en las farmacias y no digamos las clásicas mesas petitorias. Sin embargo, también recuerdo que entonces hablar de cáncer era hacerlo de un mal gravísimo para gentes ajenas. Ahora, lo positivo es que ya no es sinónimo de muerte y lo negativo, que no resulta lejana sino dolorosamente cercana. ¿Quién no tiene en el recuerdo a un familiar o un amigo que se fue?

Por eso no me parece mal la cuestación pero me pregunto cada vez más si es necesaria. Lo es por la capacidad de concienciar pero ¿no deberían ser las autoridades las que financiaran su investigación y tratamiento? Y si lo hacen ¿por qué continua recogiéndose dinero privado cuando ya los mismos que colaboramos lo hacemos a través de nuestros impuestos?

Lo pienso sobre todo en relación a otras realidades que podrían ocupar ese lugar. Entiendo que cuando surge la cuestación del cáncer se pretende paliar el déficit de recursos públicos. Lo mismo que sucede, por ejemplo, en la actualidad, con las enfermedades llamadas “raras” porque afectan a pocos ciudadanos.

Estos males no tienen el apoyo institucional ni de inversión que tiene ahora mismo el cáncer, entre otras cosas por una razón tremenda pero cierta: investigar y desarrollar una medicina contra el cáncer es negocio seguro por la cantidad de afectados, pero el problema de los enfermos de estas otras patologías es que son muy pocos y a las empresas no les compensa fabricar medicamentos para ellos.

Así pues, quizás es el momento de convocar una cuestación para enfermedades raras pero luchando al mismo tiempo por que las autoridades dediquen recursos públicos a ello. Que para eso estos enfermos también pagan impuestos.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.