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María José Pou

iPou 3.0

Vejez sin Alzheimer

Cuando se habla del poder de los medios de comunicación hay un aspecto que me interesa, me encanta y por el que me enorgullezco de pertenecer a ellos: la capacidad de dar visibilidad a lo que queda oculto. Los sin voz, los desfavorecidos, los olvidados del mundo pueden ganar presencia solo con que desde estas líneas nos lo propongamos.

Para mí es la única cara del “cuarto poder” que realmente resulta fascinante y merece la pena. Todo lo demás, poner y quitar gobiernos, hacer ganar o perder fortunas, me parece una perversión sin interés. Pura ambición y vanidad de vanidades.

Por eso me alegro de que los medios se encarguen de alertar a la sociedad acerca de la realidad terrible del Alzheimer, sobre todo, de las consecuencias que tiene para los más próximos. El derrumbe moral por el que pueden pasar solo se conoce cuando se ve de cerca.

Sin embargo, hay algo en todo ese proceso de sensibilización desde los medios y desde el cine que me está empezando a preocupar desde hace tiempo. Me refiero al peligro de olvidar la vejez por sí misma.

Estamos tan atentos a las enfermedades degenerativas que se acentúan o se desarrollan sobre todo en la edad adulta y avanzada (aunque no siempre) que da la sensación de que los medios tendemos a presentar la vejez como sinónimo de enfermedad. Eso, o todo lo contrario: como un periodo de segunda edad adulta carente de dificultades.

No sé si hemos llegado al punto de olvidarnos de la propia vejez como deterioro progresivo no necesariamente ligado a una enfermedad que arrasa con todo como es ésa.

La vejez también es pérdida de memoria aunque no sea ni comparable a la del Alzheimer. También es dificultad para andar, para lavarse o para subir una escalera. Quien la vive no padece una enfermedad grave pero el contexto es duro también. Y sin embargo, a veces parece que el velo de lo terrible oculta la dureza cotidiana, más llevadera, sin duda. O no.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.