Yo no sé si los políticos se dan cuenta, de verdad, del drama que están viviendo muchas familias –muchas pero muchas muchas- en nuestro país.
Cuando los veo preocupados por las listas electorales, por si este sucede al otro o por si viene o se va o está de paso, pienso que nos sobran. Lo siento. Lo digo con todas las letras. Nos sobran. Una es demócrata pero ante todo persona y no encajan bien una clase política entretenida en bailar minués y una sociedad angustiada por el azote del paro para esta y la siguiente generación. No es solo el que ha sido golpeado por la crisis sino el que está creciendo en un entorno de ansiedad constante por ello.
Nuestros políticos no tienen que volver a casa de la madre porque no pueden pagar la hipoteca. Tampoco han de mandar a los niños a casa de la abuela para que, al menos, ellos coman caliente una vez al día. ¿Alguien se preocupa por cuantificar cuántas pensiones de jubilados están salvando el día a día de familias jóvenes en paro con hijos pequeños?
Lo pensé ayer cuando en el Centro de Salud escuché a una mujer mayor explicándoselo a una amiga. “Ay, chica ¿tú sabes? si tengo otra vez a los dos en casa: mi Rosamari está en el paro y el Antonio, desde que lo tiraron cuando se acabó la obra, no encuentra ná”. Y explicaba que no sabía qué hacer para que la pensión de su “Faustino” le llegara “pa tó”. “Pa ná”, diría yo. Es que no llega para nada. ¿Cómo va a alimentar a 7 una pensión de 800 euros?
Cuando lo pienso, tengo que creer en los milagros. En los que una generación que sufrió los rigores de la posguerra está haciendo con los combatientes de esta terrible guerra entre capitalistas.
Y luego vienen los diputados europeos y votan contra una propuesta que sugería viajar en turista en lugar de business. ¿Y dice usted que estos son nuestros representantes? Pues vaya pedazo de lifting que se han hecho. Porque yo no me reconozco en ellos, oiga.