La consulta popular en Barcelona sobre la reforma de la Diagonal, que se ha saldado con la negativa de los ciudadanos a modificarla, debería servir de lección a la clase política.
A menudo los políticos se erigen en portavoces de las opiniones y deseos del pueblo sin tener ni remota idea de lo que importa a la gente. Quizás no tienen culpa pues en su circunstancia se unen dos factores que impiden conocer la realidad: por un lado, que se fían de las encuestas y, por otro, que viven en un ghetto. De alto standing pero un ghetto.
Por ejemplo, un político va en coche oficial, no en metro ni en autobús donde podría escuchar lo que le preocupa al ciudadano normal. Tampoco hace cola en el mercado ni en el centro de salud o en la delegación de Hacienda. Así no hay quien se entere de nada.
Además, le acompañan asesores, secretarios y subalternos. Ellos crean a su alrededor una barrera de protección respecto a la información difícilmente superable pues hasta las noticias las conocen por un dossier filtrado.
Para colmo su misma condición de cargo público condiciona su encuentro con los demás, pues a unos les impresiona y se callan y a otros les encanta conocerle y solo dicen cosas agradables para quedar bien.
En ese contexto lo más seguro es que acabe proponiendo cosas irreales sin relación con las preocupaciones de la gente. Más bien responde a las preocupaciones propias, de sus asesores, de sus amigos, de sus enemigos o del mundo que creen estar viviendo. Así nacen propuestas como reformar la Diagonal en plena crisis económica.
Y el barcelonés que está viendo cómo sube la gasolina; que retrasa la visita al taller de su coche por miedo al estacazo de la factura o que aguanta con una carraca que se cae a trozos porque bastante tiene con pagar la hipoteca como para acompañarla de un coche nuevo, piensa ¡lo que haría yo con ese dinero! Y tiene toda la razón. Es más. ¿Cuánto ha costado la consulta? Si es un 80% el que la rechaza, algo habrían indicado los sondeos previos ¿no?