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María José Pou

iPou 3.0

What else?

Llevo años luchando contra mí misma para no comprarme la Nespresso. Y digo que lucho porque tengo más razones para no comprarla que para comprarla. Eso si aplico la mera razón. Ahora bien, como en las compras no se trata de racionalidad sino de impulso emocional, me tienta y tengo que sobreponerme a esa pulsión.

Las razones para no comprarla son evidentes. Me encanta el café pero el café a la italiana, ese ristretto de apenas un culín de taza que no tiene parangón con ningún otro. El placer de tomar un sorbo (porque se reduce casi a eso) y, como hacen en algunas cafeterías romanas, acompañarlo de un trago de agua con gas para saborearlo en profundidad, no lo consigue la cafetera famosa. Quizás es el lugar, el agua o la capacidad de evocar a Mastroianni sentado en el Café de Paris de Via Veneto, el caso es que por mucho que lo intente no termina de apasionarme el resultado de las famosas cápsulas. Prefiero una ‘moka‘ Bialetti de toda la vida.

La otra razón es el engorro de las cápsulas. Ver en la calle Colón las colas de gente para comprar algo que no deja de ser café, disponible en cualquier supermercado, ha hecho, desde siempre, que sea reacia a las cafeteras automáticas. Prefiero las manuales.

Por eso no me extraña que estemos asistiendo a la guerra en la fabricación y distribución de cápsulas compatibles. Es un servicio al usuario que debería fomentarse en todos los ámbitos en los que hay posibilidad. Porque, si no la hay, es porque artificialmente impiden que así sea. Por ejemplo, en los aparatos electrónicos y tecnológicos. ¿Cuántos años llevamos aguantando para que se fabrique un cargador universal de móviles y de aparatos en general?

Con el café ocurre lo mismo. Imponer esas barreras a los consumidores es desincentivar la compra. Yo misma solo tengo una razón para comprar la famosa Nespresso. Es poderosa. Se llama George. Pero algo me dice que no va incluido en un cápsula.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


mayo 2011
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