Los vengativos no miran los plazos. Son pacientes. Recuerdan permanentemente esa máxima que pide sentarse a «ver pasar el cadáver del enemigo». Son también tenaces. No cejan en su empeño porque le mueve un odio incontrolable. Por eso suelo apartarme de la gente vengativa. No dan buena energía. Bueno, por eso y por mi mala memoria que me impide ser como ellos. Muy grave ha de ser la ofensa para que la recuerde y aun a veces recuerdo a quien me ofendió pero no recuerdo cómo. Afortunadamente. En esas circunstancias es un don ser desmemoriada.
Digo esto porque el dato más escalofriante de la noticia sobre la muerte de Ben Laden fue el tiempo transcurrido. Que Obama apelara a la venganza sobre un hecho de 2001 me hizo estremecer. La venganza no tiene prisa, pensé. Qué triste ser así.
Pero si algo supera en paciencia a la venganza, eso es la justicia. Lo vengo pensando desde que ayer conocí el informe de los peritos sobre la muerte del cámara José Couso. Dicen los técnicos que quienes dispararon podían distinguir lo que había en el balcón del Hotel Palestina, esto es, diferenciar un lanzagranadas y una cámara de televisión. De ser cierto, eso podría llevar al procesamiento de los militares implicados por parte de la Audiencia Nacional y el juez Pedraz.
Con el caso Couso se me parte el alma. Pienso en la lentitud de una Justicia que aún no ha dado una respuesta a la familia de un hecho sucedido hace casi diez años. Como Ben Laden. La venganza puede tardar pero la Justicia aún parece tardar más hasta el punto de que existe una máxima jurídica que afirma que una justicia lenta no es justicia.
En efecto. Me parece mentira la entereza de esa familia y la tenacidad de continuar aun sabiendo que el camino es largo e inseguro. Ellos no han decidido entrar por la fuerza en los Estados Unidos y vengar a su hijo a tiros. Confían en la Justicia. Lenta, pero humana y digna de la civilización.