Ayer el gesto simbólico de muchos en las ‘plazas Quince de Mayo’ fue sentarse como ‘El Pensador’ de Rodin. Significaban con ello que estaban en la jornada de reflexión aunque algunos defendían, y con razón, que la reflexión había sido previa y que era, precisamente, lo que les había llevado hasta allí. Hoy, sin embargo, la pose elegida debería ser la del pensador ante un libro. Si ayer pensábamos, hoy deberíamos estudiar o, más bien, repasar.
Repasar la Historia y comprobar cómo los tiempos de descontento masivo han sido aprovechados por líderes mesiánicos que han arrastrado voluntades y han llevado al mundo al borde del abismo, cuando no a su fondo. Los grandes dictadores han hurgado en las heridas en tiempos de crisis, para aglutinar apoyos y provocar, eso sí, más heridas después.
Llegados a este punto el movimiento iniciado el día 15 debe demostrar que no ha sido una estrategia vinculada solo a la jornada electoral. El problema es cómo canalizarlo sin que se disgregue por tomar posiciones discutibles o sin que sea polarizada por algunos protagonistas interesados o cabecillas avispados.
Lo decía estos días Stéphane Hessel, autor del libro ‘Indignaos’, la Biblia de los acampados. Hessel se mostraba preocupado por la ausencia de alguien que encabezara el movimiento, pero su existencia puede ser tan peligrosa como el riesgo de disolución en asambleas dispersas.
¿Cómo hacer llegar esas propuestas al Parlamento, las empresas o los centros educativos? ¿Con cauces establecidos que ya han demostrado su ineficacia? ¿Hay que hacer saltar por los aires esos cauces? ¿Por qué no se ha planteado entonces antes?
Por ejemplo, quejarse de la falta de empleo o de que éste es precario y no montar manifestaciones a las puertas de las sedes sindicales bajo el lema «defensa real de los que quieren trabajar» hace apenas 20 días, da que pensar. ¿El 1 de mayo no había descontento o no era rentable?