Reconozco que mi favorita era Córdoba. Será que soy de Russafa y me tiran los barrios de origen almohade; será que sus patios me recuerdan al de mi infancia o será que hablar de cultura en Córdoba es hacerlo desde las raíces y no solo en español sino en sefardí y en árabe. El caso es que tengo especial debilidad por la preciosa Córdoba y me parecía abocada a ser Capital Europea de la Cultura en 2016.
Motivos para serlo tenían todas: Burgos, Segovia, Zaragoza, Las Palmas y San Sebastián; cada una en su estilo y a su manera revelan fragmentos de la cultura española y europea. Cada una es una página de la historia y tiene un rico patrimonio artístico. Sin embargo, la maldita política se coló por la escuadra y ha emborronado las candidaturas y, sobre todo, la elección.
No podría afirmar que la decisión del jurado haya sido política. Espero que no. Espero que tenga más que ver con el proyecto presentado y no con otros elementos espurios. Pero resulta difícil obviar que, con Bildu en el Ayuntamiento, San Sebastián puede ser un exponente de la cultura vasca. Y punto. No es poca cosa pero la mirada orgullosa de lo local no puede negar su vinculación al entorno sea éste España o sea Europa.
La política puede que no esté presente en la decisión pero sí lo está en la reacción y, lo que es peor, puede estarlo en la materialización de esa capitalidad. Y eso es lo triste. San Sebastián es elegante y maravillosa. Tiene entidad suficiente para ser capital de lo que quiera y más cuando de cultura se trata. Sin embargo, la presencia de Bildu ha hecho que recelemos de ella. Y no es justo.
Lo único que cabe esperar es que no se sacrifique a la bella Donosti en nombre de reivindicaciones fuera del tiempo. La Cultura, precisamente, no es exclusión ni negación de ideas diferentes. Al contrario, es integración y diálogo, siempre pero sobre todo en un mundo globalizado. Esperemos eso para 2016.