Se queja Bernard Madoff de verse en la cárcel mientras siguen libres quienes provocaron la crisis. Se queja sin fundamento: estafó mucho y a mucha gente, por tanto, es un delincuente que debe pagar por lo que ha hecho. Ahora bien, no le falta razón señalando a quienes permitieron ese tipo de conductas.
Lo ha dicho el 15-M y acierta de pleno. Hay responsabilidades que no se están pidiendo. ¿A quiénes? A quienes se enriquecieron o a quienes, pudiendo, no lo evitaron. Recuerdo cómo se publicaban las recomendaciones del FMI o del Banco Mundial sobre el endeudamiento peligroso de las familias en España pero nadie exigió que se tomaran medidas. ¿Esos que hoy tienen en sus manos nuestro bienestar no tenían entonces potestad para imponer lo que ahora sí pueden?
Tal vez hayan terminado las acampadas pero la indignación, no. Y menos mientras asistimos a una divergencia entre el Parlamento y la calle en Grecia. El primero condena a los ciudadanos; la segunda se convierte en su único espacio de queja. En Portugal el Estado se va a quedar con el 50% de la extra de Navidad. Aquí, en España, nos suben más la luz, el gas y las hipotecas. Están exprimiendo las ubres de una vaca esquelética. Es indignante.
Pero lo más indignante es ver cómo tras la votación griega en el Parlamento y su rechazo en las calles de Atenas, la Bolsa sube. No es ilógico. Hay perspectivas de ganancias y los buitres acuden, pero indigna por lo indigno. Estamos dando por bueno un sistema decimonónico con la diferencia de que los ciudadanos somos los ‘Oliver Twist’ del presente. Nos sacan hasta la última gota de sangre para alimentar al vampiro financiero.
Madoff tiene razón pero lo malo no es que él siga en prisión sino que no le acompañen quienes se lucran hoy de la precariedad de muchos. Hemos vuelto al XIX luchando contra la explotación y los abusos del capital. Y los sindicatos, más necesarios que nunca, mudos.