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María José Pou

iPou 3.0

Lexatin para los mercados

Durante siglos el machismo dio por hecho que la mujer era un ser voluble, imprevisible y tendente a la histeria. Así pareció certificarlo Freud y puede decirse que solo hace media hora que la mujer consiguió quitarse esa etiqueta. De hecho, para algunos, aún la lleva.

Sin embargo, los que están de los nervios y no hay Lexatin que lo resuelva son los mercados. Así llamados. Los mercados que amenazan, hacen reunirse a los jefes de gobierno, producen martes negros e incluso logran que se nos impongan medidas draconianas para vivir y/o sobrevivir.

Es curioso, no obstante, cómo han conseguido algunos ofrecernos una imagen difusa de los mercados. Son como los dioses en la Grecia clásica, capaces de fulminar al ser humano con un rayo vengador, o como los infiernos para la Europa medieval, donde todo se consume por nuestros pecados.

Sin embargo, yo me pregunto ¿qué le debo a los mercados para que me amenacen así? Pienso en un modesto padre o madre de familia que paga su alquiler, que pagó su coche a plazos y ya no debe nada y que solo renueva la tele cuando se estropea y, si puede, busca un chollo de gran superficie comercial. ¿Qué le debe esa familia a los inversores?

Se me dirá que son los Estados que, con ese dinero prestado, hicieron las carreteras por las que circulamos, pero es profundamente injusto. Es intrínsecamente perverso. En una palabra, es inmoral. Lo es porque se está haciendo recaer sobre unos individuos irresponsables, sin responsabilidad directa, el peso de unas acciones en las que no han intervenido.

Sucede como tras las guerras tradicionales. El perdedor tenía que pagar indemnizaciones durante generaciones. Ahora la guerra es contra los tiburones inversores. Sin embargo no pensamos en ello cuando se nos ofrecen acciones de Bankia, del Santander o cualquier otra empresa que ofrece rentabilidad por nuestro dinero. ¿Somos cómplices o meros rehenes del sistema?

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economía

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.