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María José Pou

iPou 3.0

La profecía de Shakira

Estoy preocupada con los diputados de Les Corts Valencianes. Nada más “tocar mare”, esto es, con la legislatura anterior todavía caliente, han decidido, sin rechistar, subirse la asignación económica que recibe cada grupo.

Lo veo y no salgo de mi asombro, ése en el que me metí tras salir del útero materno. Y como me parece imposible que hayan hecho eso con la que está cayendo aquí y allende el Adriático, que ya nos llegará, he dicho: “Esto solo puede ser una cosa: ¡la profecía!”.

¿Cuál?, se preguntará usted. Pues no crea que es San Juan y sus visiones apocalípticas ni Nostradamus o una mala digestión nocturna de Jk. Rowling. No. Es “la profecía de Shakira”. ¿La cantante? Esa misma.

No me refiero al waka-morro de nuestros diputados ni que sus señorías vayan a dejar la Comunidad Valenciana esquilmada a ritmo de “Porque esto es África”. Tsamina mina eh, eh/Waka waka eh, eh.

Cuando hablo de profecías terribles pienso en esa otra canción, muy cuestionable desde el punto de vista de la integración de la discapacidad, en la que ella confesaba haberse convertido en una “bruta, ciega, sordomuda…”. Digo que es impresentable la letra por unir esas tres circunstancias. Tener afectado el oído, la vista o el habla no convierte a nadie en bruto. En cambio, sí puede suceder al revés. El bruto no sabe lo que dice, ni entiende lo que oye ni es capaz de interpretar lo que ve. Es, en definitiva, un bruto.

Lo que a mí me preocupa es que los señores diputados hayan caído en esa maldición de la waka-bruticia shakireña. Por ir resumiendo: ¿es que no han oído ni visto ni aprendido nada de los indignados a las puertas de su “oficina”? Vale que algunos no estuvieron afinados pero la protesta en sí quería decir que ya está bien de caraduras, aprovechados y mangantes. No hay pan para tanto chorizo, se oía por allí. Y ustedes disimulando con chistorras. No sé si ciegos, sordomudos, o simplemente brutos.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.