Estoy pensando en mudarme. No es que esté mal en el piso que ahora vivo. Es que he descubierto que por el cauce del Turia hay más policía municipal que por las calles así que voy a mudarme bajo un puente. Será la manera más efectiva de tener la prometida “policía de proximidad”.
En el río patrullan todo el día policías a caballo, en moto o a pie. ¡Todo un despliegue! ¡Gracias Miguel*, eres un crack!
Nunca he visto tanta policía junta excepto por la calle Colón en época de rebajas o en Les Corts en época de Gürteles. Y sucede que estoy especialmente sensibilizada porque ayer uno de ellos estuvo a punto de multarme.
Sé que tenía la culpa. Fue el “broncas” de Whisky que se fue detrás de una de las motos municipales ladrando sin parar. Cuando por fin lo tenía sujeto, se animó Solete enfadadísimo con que un poli siguiera con el tubo de escape a todo gas. (Debe de ser mi lado ácrata que transmito a mis perros; aún recuerdo a Coco ladrándole a la policía alemana que pretendía cachearme en el aeropuerto de Berlín mientras unos erasmus españoles le aplaudían el gesto y Montserrat Caballé se partía de risa al ver la escena). El caso es que al policía municipal, asignado a perros y otros terribles peligros del antiguo cauce, se le hincharon los galones al ver que no me obedecía, paró la moto, se bajó y me preguntó: “bueno, ¿qué hacemos?”.
Yo, que no pretendía eludir la multa sino insinuar que no era idiota, le intenté explicar que no los llevo sueltos normalmente. Que solo lo hago en esa zona para que corran un poco por pura terapia, sobre todo, para Whisky que aún no ha superado del todo el estrés por el abandono.
Pero ay de mí cuando osé preguntarle “¿adónde puedo llevarlos si aquí no puedo?”. “Ahí”, me dijo, señalando la zona acotada para que hagan sus necesidades. Más pequeño que el comedor de mi casa.
Me pareció un insulto y le dije que al no estar vallado se podían escapar y que dónde había en Valencia un lugar donde un perro pudiera correr libremente, que yo no lo conocía. Me dijo (sic) que era mi problema y que él no estaba para solucionarlo.
Me encantó. ¡Me encantó! La policía local no está para orientar a un ciudadano angustiado, no al menos aquel que intenta rehabilitar perros que han sufrido un trauma. Tenía que haber vestido a Whisky de escocés y haberle enseñado a preguntar por un “local de birras”. Así, quizás, el policía-broncas le hubiera guiado mejor.
Diré, en honor a la verdad, que su compañero, con más experiencia, canas y luces, serenó la conversación. Tanto que me evitó la multa. Que no esta columna. Reconozco que la merecía. Pero su compañero también merecía esta columna por usar un tono chulesco con los ciudadanos que pagamos su sueldo.
* Miguel Domínguez es concejal de Seguridad Ciudadana y mi concejal favorito… pero eso será historia de otro post.