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María José Pou

iPou 3.0

Con mis impuestos

No me gusta el fútbol. Lo intenté con el Mundial pero me duró la afición lo que tardó en apagarse la hoguera de celebración por el triunfo de ‘la Roja’. Sin embargo, entiendo que el Estado subvencione ese deporte. Cualquier deporte. Aunque yo no juegue al fútbol puedo entender que es una actividad necesaria en la sociedad e importante en la formación de los más jóvenes. No me verán en un estadio pero apoyaré que el Estado favorezca que otros vayan.

Por eso defiendo las subvenciones también a las comunidades religiosas, sean católicas, protestantes, judías o musulmanas. La fe es una parte esencial de la vida de muchos ciudadanos y, como tal, debe ser cuidada y respetada. Eso incluye la celebración de una gran fiesta que también llena estadios y no lo hace todos los domingos sino muy de cuando en cuando: la visita de un Papa.

¿Por qué debe ser vilipendiada la visita de un líder religioso como se está haciendo con la de Benedicto XVI? No es una pataleta improvisada ni una crítica serena. Estamos asistiendo a una campaña orquestada. Como otras veces -y en los mismos medios que de costumbre- se ha puesto el acento en el coste pero el argumento ha sido desmontado por los datos. La visita es financiada por los peregrinos y por los patrocinadores.

Como ahí falla la estrategia se ha tenido que sustituir la censura al gasto -el bolsillo mueve montañas en este país- por la crítica a la subvención en transportes o los cortes de tráfico, como si no se tomaran medidas parecidas en otras celebraciones, por ejemplo, el recibimiento a la selección tras ganar el Mundial.

Ese día se cerraron calles en Madrid, se habilitó un gran escenario para recibir a los campeones y se puso en marcha un enorme dispositivo de seguridad para cubrir el evento. ¿Lo merecía? Yo creo que sí.

Fue una gran alegría para muchos españoles. Algunos se desplazaron adrede para ver la Copa del Mundo y aplaudir a sus héroes. Imagino que hubo quien no vio con buenos ojos todo aquel montaje ni compartiría la decisión de pagar esos fastos con dinero público. Yo misma ni fui ni he ido a hacerme una foto con la Copa del Mundo cuando vino a Valencia pero aplaudí aquella tarde de felicidad colectiva. Aunque me costara dinero.

Por eso no acepto que se impida a los católicos de este país tener una jornada como aquella. O que se niegue el apoyo institucional. Si mi dinero sirve para subvencionar a la selección de fútbol aunque me parezca prescindible, ¿por qué no puedo esperar que financie lo que considero importante?

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


agosto 2011
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