Durante años hemos oído alzarse voces contra la actual Constitución y contra el proceso de Transición que la trajo al mundo. Nos han dicho que estaba obsoleta y que algunos aspectos habían nacido con tara por culpa de las necesarias cesiones que exigía el momento. Una Transición -se quejaban- liderada por una democracia cristiana que buscaba limar asperezas y suavizar posiciones para terminar de coser la herida de la guerra.
Algunos, incluso, se han reído de la Carta Magna, la han despreciado y han quemado los símbolos que ella protege: la bandera, la monarquía o el himno nacional. Esos mismos piden ahora un referéndum para validar el cambio producido y, más allá de las razones de esa reforma, me pregunto con qué autoridad, quienes despreciaban hasta anteayer el texto constitucional reclaman ahora que les pregunten un cambio en el mismo.
Ya sé que todo ciudadano puede exigir que se le consulte la modificación de la ley de leyes pero no puedo evitar hacer una mueca cuando veo a determinados personajes hablar ahora de la Constitución como si de un texto sagrado se tratara cuando nunca le otorgaron ese carácter y cuando lo que algunos pretenden es hacer saltar el sistema entero.
Esta reforma es extraña en todos sus términos. Hay quien dice que es una cortina de humo. No creo que lo sea en origen pero sí que produce esa consecuencia, esto es, que ni PSOE ni PP tomaron la decisión pensando en distraer a la opinión pública pero que, distraída ésta, no les viene mal.
Dicen que el objetivo es sanear las cuentas públicas y creo que a nadie se le escapa que eso podría haberse barruntado y organizado con resuello y no a galope como lo han hecho en estos días. De no decir nada a tener el acuerdo firmado no ha pasado ni un segundo lo que no deja de resultar extraño.
Se atribuye la paternidad a las autoridades europeas, a Merkel, el Banco Central Europeo o al perrito de Strauss-Kahn, tanto da, la cuestión es que se relaciona con una cierta presión externa que bien pudiera haberse producido en estos términos: reforma o rescate. Tiene toda la pinta. Sin embargo, una servidora, mal pensada en invierno pero también en verano, cree que, además, hay un cierto interés en los partidos por cortar de raíz esa tentación que vimos en Castilla-La Mancha, esto es, aprovechar el traspaso de poder autonómico para airear trapos sucios.
Con este pacto podrían haber acordado no hacerse daño con el tema. Un pacto de no agresión que en vísperas electorales evitaría hacer correr ríos de tinta. Y de sangre.