En el fondo no sé muy bien por qué nos preocupamos tanto por las elecciones, por quién lleva ventaja o por quién ganará. Desde hace tiempo, pero sobre todo desde hace unas semanas, ya sabemos quién gobierna en España y no es ni Rubalcaba ni Rajoy. Ni siquiera Zapatero o los vetos de Llamazares. En España gobierna Merkel, con todo poder y sin ninguna responsabilidad.
Ya sé que suena exagerado pero no lo es tanto cuando vemos cómo los partidos mayoritarios se sienten obligados a tomar una medida que no tiene ningún efecto real pero modifica la ley más genuina, la de todos los españoles. ¿Acaso no se puede someter a control a las administraciones para que no gasten más de lo debido sin que eso figure expresamente en la Constitución? Sabemos que sí. Que lo único necesario es que haya voluntad de no derrochar.
Sin embargo, hasta el Zapatero de Rodiezmo ha ido contra buena parte de su partido tomando decisiones e incluso firmando pactos con el diablo. No hay más que comprobar la celebración de la reunión leonesa. No solo se le echó en falta sino que se le criticó abiertamente.
El mismo diario The Economist decía ayer que la reforma significa que es Rajoy quien manda pero las felicitaciones de Merkel ante una decisión que toca nuestra Carta Magna supone el gesto de una madre exigente que ve cómo su niño le obedece. Angela nos ha revuelto el cabello como chicos buenos.
Desde que empezaron las turbulencias financieras no hacemos más que contemplar cómo se toman medidas de política económica fuera de los parlamentos o al dictado de las autoridades internacionales. ¿Acaso Grecia puede decir que gobierna Papandreu o Portugal que quien manda es Coelho?
La decisión del 20N no está entre A o B sino en la pregunta sobre cuál de los dos podrá resistir más los envites de fuera. Cuál, en definitiva, mantendrá más la soberanía y el equilibrio entre aceptación internacional y bienestar nacional.