Aún no estamos ni en el 20S y ya estamos escuchando a Ra y a Ru -Rajoy y Rubalcaba para el siglo- prometiendo empleos, subvenciones, ayudas y contratos. O sea, nada.
No quiero decir que no sean relevantes sus promesas pero me creo más las que le haga Alfonso Díez a la Duquesa de Alba, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y hasta que la muerte nos separe, que las de Ra y Ru.
Hay quien me dice que eso de hablar de los candidatos en modo «Chip y Chop» no parece serio pero, con el hígado en la mano y el corazón en el bolsillo derecho, ¿hay algo serio en un entorno de promesas sin dinero? (Más allá de las hechas, como acabo de mencionar, entre Cayetana y su abnegado futuro).
Ra suena a dios egipcio y Ru, a elemento químico. Lo sé. Pero ni uno es omnipotente ni el otro frágil y duro a un tiempo. Y sobre todo eso de abreviarlos como si de pareja cómica se tratara les quita solemnidad que, a estas alturas del 15M y camino del 15N, ya no se sostiene demasiado.
De todos modos me gustó saber que ambos comparten algo más que inicial con la que bordar sus toallas en los baños de la Moncloa. Su patrimonio consolidado. No es de extrañar siendo ambos corredores de fondo en la política patria.
Y no es que me preocupen las cuentas de nuestros políticos. Lo dije cuando se hicieron públicas las de los miembros de Les Corts y lo repito ahora. Me importan un bledo. Solo me interesa saber si su origen es legítimo o no, esto es, si lo han obtenido por su trabajo o inversiones como todo hijo de vecino o de triquiñuelas y corruptelas como todo hijo de «vecina de profesión muy antigua».
La única peculiaridad que me mueve el morbo es saber si esos poderosos patrimonios los hubieran logrado fuera de la política, es decir, trabajando en su oficio. Ra y Ru me consta que sí pero de muchos otros tengo serias dudas.
Solo por eso, los acepto como candidatos. Los prefiero a Pa o a Bla.