Como una ya puede cantar aquello de Serrat ‘fa vint anys que tinc vint anys’, hay efemérides que celebro en el recuerdo, no en los libros de historia. Es lo que me sucedió hace unos días cuando leí que el Guernica cumplía 30 años en España. Guardo una imagen del hecho, no solo del cuadro cuando lo he visitado, sino de su llegada en avión y sobre todo de la polémica en torno a su ubicación y su significado.
Dio la casualidad de que el mismo día en que leí la noticia, había puesto en el coche un disco de homenaje a Pablo Milanés en el que sus amigos cantan sus mejores canciones. Lo hice sin pensar en nada concreto ni siquiera en dar profundidad metafísica a mis viajes por la Ronda Norte. De pronto, sin embargo, sonó la voz del ‘nen de Poble Sec’, de Serrat, al ritmo de ‘yo pisaré las calles nuevamente‘.
En ella, Milanés recogía un anhelo de tantos chilenos exiliados tras el golpe y la muerte de Allende: volver a ‘lo que fue Santiago ensangrentada’. Fue una coincidencia pero no pude evitar relacionar esa canción con el deseo de Picasso de que su cuadro no pisara España hasta que no hubiera democracia.
Ambos, Milanés y Picasso, hablaban de volver a una tierra querida cuando la paz y la libertad hubieran regresado a sus calles. Ambos la habían visto teñirse de sangre y solo deseaban que terminara la pesadilla.
Vistos en la distancia resultan tan gratuitos el daño, el exilio, la muerte o la cárcel que aún me asombra que los consideremos necesarios para imponer una forma de ver la vida. Una forma excluyente pues de otro modo no necesita imponerse por la fuerza.
Ahora España y Chile viven en paz. Con problemas y con democracias imperfectas pero sin calles ensangrentadas. Es un alivio. Es el deseo de Milanés y de Picasso. Lo que me enerva es pensar en tantos que cantan lo mismo de Siria, Egipto, Israel o México. Para qué pasar por eso si, 30 años después, todo puede haberse superado.