Estoy convencida de que la mejor reforma laboral que podemos aplicar en España es la de cambiar las condiciones de contratación del gobierno, es decir, pagarles 33 días por año trabajado y a casa. “Trabajado” significa, parafraseando a José Blanco, aquel en el que se ha “sudado la camiseta”. O sea, que nos sale cuenta con paga.
Ahora bien, aun considerando que el gobierno es un mal compañero de crisis, no creo que sea éste el momento de paralizar la vida política, disolver las Cámaras y convocar una jornada electoral. En periodo preelectoral, el gobierno está en funciones y el poder legislativo, inactivo, de modo que parece lo menos oportuno para tomar decisiones necesarias y urgentes como las que estamos viendo que exige la situación.
Otra cosa es que la oposición marque al gobierno como si fuera la defensa de los Lakers de Gasol y se estuvieran jugando el anillo de la NBA, de los nibelungos o de Frodo. Lo que prefieran.
El problema es que los políticos, y en especial este gobierno formado por profesionales del poder sin oficio ni beneficio conocido fuera de éste, ven en el gobierno su anillo particular. De ahí que funcionen con una clave repetida: aferrarse a la poltrona para evitar quedarse no solo en el paro sino en un segundo puesto sin posibilidades de promoción laboral.
Para quien ha sido ministro antes que fraile, es difícil encontrar motivación alguna en recluirse en un convento. Y hablando de recluir, cada vez que hablan del fracaso en las negociaciones para la reforma laboral, se me representan los cardenales reunidos en cónclave.
Los ciudadanos deberíamos hacer como las autoridades de Viterbo allá por el año 1271. Como el cónclave, que por entonces no se llamaba así, duraba casi tres años, decidieron encerrar a los cardenales en un espacio pequeño para que terminaran aquello rápidamente. El nuevo Papa cambió las normas de elección e impuso la reclusión y el racionamiento de comida si pasaban tres días sin decidirse.
Del mismo modo deberíamos hacer con los agentes sociales. Si hace falta la reforma, que decidan. Y si no lo consiguen, a pan y agua.