Tres años de cárcel por una chocolatina. No es que la robara. Es que pretendía dársela a su hija cuando una profesora le dijo que no estaba permitido. Su respuesta fue dar una paliza a la maestra. Y la de la Justicia, una pena de tres años.
Y yo lo veo todo excesivo, desmesurado, extralimitado, hiperbólico. ¿Cómo es posible que una negativa tan obvia en el patio del colegio genere esa reacción? ¿Cómo es posible, dirán algunos, que una madre tenga que ir a la cárcel por intentar darle una chocolatina a su hija? Sin embargo, hay una diferencia entre ambas preguntas: los medios empleados. La desproporción solo se explica por lo inaceptable de esa actitud.
Diría más: me parece poco ir a la cárcel. O me parece inútil y desaconsejado respecto a lo que necesita una persona que actúa de ese modo. Lo que urge es su reeducación aunque suene maoísta. Necesita reinserción y dudo que esté en condiciones de educar a otra persona.
Lo peor del caso no es solo la agresión sino la lección que ese hecho transmite a su hija. Le está diciendo, en primer lugar, que las normas se saltan cuando uno quiere porque no importa que esté prohibido estar en el patio tal y como le indicó la maestra. En segundo lugar, que la autoridad de ésta no es tal porque no importa lo que diga; la madre intenta que prevalezca su voluntad. Y en tercer lugar le dice -lo más grave de todo- que la forma de conseguir lo que uno quiere es obligando por la fuerza a los demás y si no se obtiene, hay bula para ‘vengarse’ también a patadas.
¿Qué aprende la hija de todo esto? Que las normas las pone ella; que la autoridad es la de la fuerza bruta y que, si se le niega, lo pagarán muy caro.
No sería de extrañar que lo aplicara con sus propios padres la primera vez que le exijan volver a casa a una hora determinada. En el fondo, es lo que esperan de ella. Y un botellón con los colegas vale más la pena que una insulsa chocolatina.