Reconozco que hasta hace poco no me había fijado pero lo hice cuando un atasco me dejó bloqueada tras un autobús. En esos casos, me aburro tanto que leo toda la publicidad que pillo, incluida la de tamaño XXL del transporte público. A veces hasta lo hago con interés: que si una tasca con manjares exquisitos; que si una peluquería a precios de risa; que si una constructora con chalets de fábula. Y hace unos días también ese: unas chicas ligeras de ropa, de cascos y de tarjetero VISA.

Cuando lo vi ni siquiera me escandalicé. Simplemente me extrañó. Reconozcámoslo: en un autobús, las fotos son demasiado grandes. Las gambas parecen Godzilla; los lofts son hangares de aeropuerto y el Circo del Sol recorre toda la Via Láctea. Por eso imagino que a algunos conductores, parados tras un autobús con esos anuncios de prostíbulos ‘hello, baby’ ahora prohibidos, se les habrá atascado la primera al ir a arrancar.

Me extrañó por lo explícito del mensaje. No era el típico anuncio que habla de locales discretos y chicas creativas con una bañera de hidromasaje como acompañamiento gráfico. Era la mercancía la que se mostraba de forma evidente. A tamaño gigante.

Pensé que era un anuncio de ropa interior, como los de las marquesinas para preocupación de algunas señoras que ya no saben si lo suyo es sofoco pre-menopáusico o post-Calvin Klein en la entrepierna de David Beckhan.

Sin embargo no lo era. Anunciaban servicios de sexo. Con dos chicas semidesnudas. Y pensé en las madres que, como yo en ese momento, estarían sentadas al volante con sus churumbeles detrás riéndose de que a la chica del autobús se le veía el trasero. Me lo puedo imaginar. Cómo responder cuando preguntaran por qué a las de la foto se les veía ‘todo’. Y qué era lo que anunciaban. Yo qué sé, los niños son preguntones por naturaleza.

A mí no me escandalizó pero me pareció inapropiado. Y ahora, si lo pienso, aún me lo parece más.