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María José Pou

iPou 3.0

Ricos y poderosos

Conocer las andanzas de los ricos en plena crisis despierta en mí intenciones parecidas a las del taxista asesino de Inglaterra cuando conoció el testamento de su madre. Digamos que me produce un cierto arrebato de amor filial que me hace salir a las calles con deseos de fundirme en un abrazo con los demás mortales. Mortales, literalmente.

No es que tenga tirria a los ricos, ¡si hasta tengo amigos que lo son y no les tengo tirria! Aunque sean amigos.

Lo que me molesta es la exhibición del lujo innecesario, como hacen los nuevos ricos (¿nuevos?) en Rusia o en Marbella, esto es, los sinvergüenzas enriquecidos con dinero público: por ejemplo, ponerse un Miró en el baño, como Roca.

Por eso hay programas de televisión y secciones de prensa que automáticamente me hacen disparar, en mi caso, el dedo sobre el mando a distancia y sobre la hoja del periódico. Con él, elimino de mi vida cualquier referencia a las casas más lujosas, los yates más equipados y los ricos más poderosos. ¿Es necesario hablar de ello cuando hay millones de parados que están viviendo de sus allegados; familias que han perdido su casa porque no pueden pagar la hipoteca y centenares que esperan, a diario, una ayuda de Cáritas?

Pues si no teníamos bastante, la reunión del fin de semana es la de una pandilla de poderosos que forman el club Bilderberg. Es como un botellón pero mucho más fino y bajo techo. Eso sí, cambiando el calimocho por Le Veuve Clicquot y las fotos del Facebook, por imágenes fugaces de coches con cristales tintados.

Dicen que son gentes influyentes, o sea, el tipo de gente a la que su banco jamás le negará un préstamo. Para mí forman parte de esa nebulosa compuesta por entes indeterminados pero poderosos como “los mercados” o “los inversores” de cuya confianza depende nuestro bienestar aunque no los conozcamos ni los hayamos votado.

Yo no creo en conspiraciones extrañas, entre otras cosas, porque no hace falta. Los poderosos se reúnen al lado de casa y el presidente del Gobierno va a “venderles” España. Aún tendrá razón el taxista.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.