Dicen que los animales presagian el desastre y que en Indonesia, poco antes del tsunami, los elefantes escaparon a la carrera hacia la cumbre de las montañas. Debe de ser algo relacionado con las vibraciones de la tierra o los sonidos en un terremoto. No lo sé. El caso es que mi perro Solete lleva unos días más nervioso de lo normal.

Yo lo atribuí, al principio, a las tormentas y las lluvias. Aunque procuro que salga como siempre a pasear y a correr en el parque, el mal tiempo ayuda poco porque muchos compañeros de juegos se quedan en casa con las borrascas.

Sin embargo, durante el fin de semana vi que miraba fijamente al cielo. No era, como de costumbre, el vuelo de las palomas que lo llevan loco, sino la aparición de gaviotas, su graznido y su corpulencia en comparación con las otras aves que conoce.

Por unas horas dudé y temí que me pidiera «sumarse al cambio», o sea, que se comiera él mi paella y yo, su pienso. No digo que no lo intente pero nunca lo consigue. Sobre todo, lo segundo; lo primero no conviene pero podría negociarse; lo segundo, no. Además, como todavía no ha aprendido a cantar la canción del PP ni a mover una banderola azul con la patita, yo no hago cuenta e ignoro su posible petición de dimisión.

A veces hasta se hace el ‘indignado’ y ‘okupa’ el pasillo por la noche a ver si yo me apiado y le dejo entrar en mi habitación y acampar en mi cama. Lo sé porque escucho sus pisadas aunque nunca sé si es él o Whisky porque cuando salgo de noche están los dos en sus camas, como si jugaran a disimular, y cuando lo hago por la mañana ya me esperan con arrumacos en la puerta para irnos de paseo.

Debió de ser el tic electoral, pues, lo que me confundió el otro día, porque hoy sigue un tanto inquieto pero no ha visto más gaviotas. Lo malo es que ahora no sé si es socialista y está dudoso con el futuro del partido o ‘popular’ y lleva mal la resaca de la celebración.