Nunca me ha gustado Putin. Un tipo que ha llegado lejos en la KGB no da buenas vibraciones. Quizás podría decirse lo mismo de Gorbachov que alcanzó el cenit del propio Partido Comunista pero la calidad intelectual y humana de éste distan mucho de la frialdad y desapego de aquel.
Un dirigente que se deja fotografiar como Rambo pescando en Siberia; que permite, sin inmutarse, que se produzcan hechos terribles como la matanza en la escuela de Beslán, el hundimiento del submarino Kursk o el asesinato de periodistas y opositores y que se aferra al cargo ya sea como presidente del país ya sea como primer ministro y si no, azafata de congresos del Partido Comunista o ‘traductora’ rumana estilo Emarsa, no puede ser bueno para un país.
Pero sobre todo me ha sorprendido, y creo que hartado ya a muchos rusos, que amañe -presuntamente- las elecciones y encima acuse a Estados Unidos de instigar a la oposición. No niego que, tratándose de Washington, todo sea posible pero unos modos de proceder como los suyos no precisan de ayuda externa para crear rechazo interno.
Personalmente no necesito ni siquiera que una comisión de observadores internacionales diga que los resultados son sospechosos. Es suficiente con que sea necesario que haya observadores imparciales en un proceso electoral. Algo no marcha bien en una democracia cuando eso ocurre.
Si a todo ello se une un nivel alto de corrupción, de degradación moral y de enriquecimiento de una elite -no zarista pero parecida- de antiguos dirigentes comunistas, el resultado solo puede ser una fractura social con muy malas consecuencias.
Por eso la respuesta a las protestas no debería ser la represión a la siria. Se trata, quizás, de los primeros atisbos de una ‘primavera eslava’ y por tanto Europa debería estar vigilante para evitar que el proceso desemboque en matanzas y detenciones indiscriminadas. Putin es un Mubarak con vocación de eternidad.