Dos años de cárcel por la muerte de 15.000 personas. Dicho así suena extraño. Sabe a poco. Parece desproporcionado. Lo es, pero lo realmente escandaloso no es la noticia sino la reacción que ha producido en el mundo. Aproximadamente nada.
Hace 25 años, una fuga tóxica en una planta de pesticidas de la localidad india de Bhopal causó al menos 15.000 muertos. Ésa es la cifra que da el gobierno, pero las ONG hablan de 25.000. Esta semana, siete directivos de la empresa propietaria han sido condenados a dos años de cárcel por esas muertes.
Es cierto que el presidente de la empresa está fugado y no ha podido ser juzgado; al mismo tiempo, hay otros responsables cuyas causas están en marcha y, si ésta ha necesitado 23 años de deliberaciones, no podemos esperar mucha más agilidad para las demás.
Sin embargo, todo ello no quita ni un ápice de vergüenza en la condena que se les ha impuesto a los primeros juzgados por la tragedia. No conozco los entresijos de la justicia en aquel país pero viendo los 1054 años que les han caído a los etarras que mataron a dos personas en la T-4, me da la sensación de que hay una enorme desproporción. Desproporción que, cuando se trata de hacer justicia, deviene en injusticia. Literalmente.
Los ahora condenados, de cumplir los dos años de cárcel que les han impuesto, pasarán en prisión apenas una hora y unos minutos por cada muerto. Matar a alguien solo acarrea, según lo decidido por la justicia india, la molestia de pasar un rato en la cárcel. Y una multa irrisoria de 9.000 euros.
Sin embargo, como se ha dicho, la reacción es lo más indignante. El mundo entero se sorprende y se escuchan graves declaraciones por el vertido contaminante en el Golfo de México. En España se pone patas arriba el país por el desastre del Prestige. Pero nadie dice nada por una fuga que mató a 15.000 sin que se haya condenado proporcionalmente a sus culpables.
Quizás nos pilla lejos. O nos pilla lejos un puñado de pobres indios. Ellos no nos sirven para ganar votos.