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María José Pou

iPou 3.0

El patio del debate

Me he enganchado a los debates. No soy ‘friki’ ni masoquista. No es que los debates sean todo agilidad, ritmo y suspense. Al contrario. Sin embargo, desde el lunes por la noche, estoy deseando que llegue otro. Y eso es lo que sucederá hoy.

Mi vicio es reciente y se lo debo a las redes sociales. Una cosa es ver el debate en televisión, escuchando las propuestas, analizándolas, observando el ademán y juzgando cada intervención. Eso suena muy intelectual pero aburre. Es más, yo lo probé para coger el sueño hasta que descubrí que había un montón de gente comentando ‘en voz baja’ en Internet. Y piqué. No el de Shakira sino que caí en las redes. Nunca mejor dicho. ¡Era un patio de vecinos!

Empecé a leer lo que otros decían sobre Campo Vidal: que si estaba congelado, que si se había ido a comprar Donettes al Opencor, que si estaba terminando un puzzle de 5.000 piezas. A cual más salvaje para demostrar el papelón hierático que le habían encargado al presidente de la Academia.

Después las bromas iban brotando a ritmo de vértigo con cada frase, cada acusación y cada insidia. Un tropezón, una duda, un reproche, todo era motivo de comentario de los amigos, seguidores, periodistas y famosos que estaban presentes en la distancia. Hacía tiempo que no me reía tanto en un debate. Ahora que lo pienso nunca me he reído.

Ya sé que debería hacer autocrítica y penar por mi frivolidad pero no veo por qué. Si convenimos en que un debate, más que un ejercicio de reflexión colectiva, es un espectáculo de televisión, ¿por qué no buscar que, al menos, sea entretenido?

Sin duda, lo sería si Rajoy cambiara el formato por un monólogo repleto de socarronería gallega y Rubalcaba, en lugar de tensarse, contestara relajado y brillante como es él a una rueda de prensa.

Pero el debate acabó con ambas habilidades salvo en dos o tres ocasiones. Así que hoy, por si acaso, volveré a Twitter. No me lo pierdo por nada.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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