Con el éxito que tiene en la Lotería, debería ser Carlos Fabra quien hiciera el anuncio de Navidad. Lo digo con rabia porque nunca me toca. Para ser exactos solo me han tocado tres euros en el euromillón. ¡Como para seguir jugando!
Por eso resulta insoportable que a alguien le pueda tocar tantas veces. Es más, me enfada tanto la mala suerte que apenas compro y a los diez minutos el sonsonete de “mil euros” ya me produce urticaria. A veces pienso, incluso, si no serán extras quienes salen con el champán.
Es curioso que no haya dudas. Más de uno cree que la llegada del hombre a la luna fue un montaje y sin embargo no se cuestiona el “gordo” navideño, aun cuando parece menos probable que salga una bola en lugar de otra frente a la carrera espacial. ¿Quién dice que no son actores, para incentivar la compra?
Todos los años pienso lo mismo de pura frustración. Y no solo por mí sino por tantos que conozco a los que vendría bien siquiera la décima parte de lo ganado por el alcalde de Manises que hará –imagino- como el resto de ciudadanos, esto es, tapar agujeros, aunque en su caso bien podría ser, de confirmarse lo de Emarsa, el dejado por los que la han esquilmado.
Igual que nos reconcilia saber que la Lotería ha tocado en un barrio obrero, en una empresa en quiebra o a un desahuciado a punto de perder su casa, nos enfada que lo reciba quien tiene, al parecer, recursos de sobra para sobrevivir al incremento en la tasa del agua.
No digo que sea injusto. La suerte no es justa o injusta, es azar. Pero todo lo que alegra ver lluvia de millones en El Cabanyal o en un bar de Manises, enfurruña en manos de quien no parece necesitarlo. Lo único que me consuela es saber que algunos compañeros periodistas se han llevado un pellizquito. Incluso no compartiéndolo. La profesión no anda sobrada de alegrías como para no sonreír con esa. Y al constatar que Urdangarín no ha cobrado ni la “pedrea”.