Ya sé que el ámbito civil no es igual que el militar y que resulta incómodo poner al Ejército de modelo en una sociedad escarmentada tras 40 años de dictadura. Sin embargo, ayer, al escuchar al rey hablar de la abnegación castrense durante la Pascua militar, no pude evitar pensar en cómo nos iría si su sentido del servicio a la patria se extendiera a todos los servidores públicos.

Entiendo que un secretario de Estado o un presidente de Diputación no tienen nada que ver con un soldado pero sería bueno que compartieran su sentido del deber, su entrega al bien común, su disposición a dar hasta la última gota de su sangre por servir a su país y su orgullo por la tarea desarrollada aunque ésta acabe en una caja de pino. Sobre todo, en ese caso.

No pretendo comparar funciones pero sí la generosidad de la que habló el rey. No hay más que ver cómo valoramos al Ejército y denostamos a la clase política, según el CIS.

A un civil no se le puede exigir que jure bandera y se juegue la vida pero ¿por qué no pretender que, durante su mandato, sea tan sacrificado como un militar? De hecho, lo que falla en tantos casos de corrupción conocidos no es la posibilidad de embolsarse dinero sino la consideración de “lo público” y del “interés general”. Estoy segura de que algunos, que no eran corruptos a priori, se han encontrado con dinero “de nadie” e impunidad y han pensado que no hacían mal a nadie llevándoselo como otros antes que ellos.

Ahí reside el error. Considerar que esquilmar las cuentas públicas no es como entrar a robar a un domicilio particular cuando, en realidad, es entrar en todos a la vez.

No veo descabellado, pues, que se esculpiera el “todo por la patria” en el frontispicio de cualquier consellería, alcaldía o empresa pública. Al fin y al cabo el militar vive bajo ese lema toda su vida. No es mucho pedir a un representante público que lo haga por cuatro, ocho o doce años.