Cuando alguien diga de usted que su vida o su carrera tienen “sus luces y sus sombras”, prepárese. Quien lo dice solo ve sombras.
Ésa es la conclusión a la que he llegado tras la muerte de Fraga. Desde que se conoció la noticia, es la frase más repetida entre quienes denostaban su figura ante un auditorio no entregado.
Es una fórmula elegante para introducir la crítica entre tanto panegírico, sin duda. Y es verdad que la muerte invita a una tregua pero si hay que hacer balance no debe ignorarse lo negativo.
Sin embargo, para mí, lo curioso no era la crítica ni que algunos consideraran estar ante el “Himmler” español sino la actitud de dos generaciones distintas.
La primera es la de Carrillo, Peces-Barba o Miquel Roca. Nombro a estos tres para no escoger voces de la derecha afines al dirigente popular. Es verdad que los dos últimos son también “Padres de la Constitución” pero no podrá acusárseles de compartir con él una ideología o un lugar en el espectro político.
Los tres tuvieron palabras de recuerdo en las que destacaban su valentía para apoyar posturas arriesgadas (Carrillo, refiriéndose a cuando le presentó en una conferencia en 1978); su capacidad para buscar consensos (Peces-Barba) y su visión de conjunto de la Constitución (Roca).
La segunda generación es la que clama contra el “fascista” (sic) tomando, por ejemplo, una cita de 1949 en la que alababa el franquismo, como epitafio y único resumen de su vida.
La diferencia es evidente. La primera generación, la de la transición, sin negar la discrepancia, es capaz de ver el cambio que se operó en ese ministro de Franco y, sobre todo, valorar cómo esa transformación ayudó a España. La segunda tiene razón en la crítica pero me pregunto si sería capaz de sentarse con sus enemigos, como hicieron los anteriores, y superar las diferencias por el bien común. Me parece que no y esa es la gran pérdida que deberíamos llorar hoy.