Hasta ahora la palabra ‘longui’ solo entraba en mis columnas de canto, para acusar a alguien de evadir sutilmente una cuestión, de hacerse el ‘sueco’ o lo que es lo mismo: hacerse ‘el longui’.
Sin embargo, Moratinos no parece que haya ido a Afganistán a mirar para otro lado sino todo lo contrario. Por eso me gusta su ‘longui’, es decir, el turbante color plata que le han puesto para agasajarlo.
Lo más curioso no es la visita sorpresa ni el homenaje recibido por parte de los notables del lugar sino lo bien que le queda el ‘longui’. Parece que lo hubiera llevado toda su vida, que hubiera nacido con él y hubiera sido bautizado de esa guisa en lugar del traje de cristianar.
Moratinos siempre me ha parecido jefe de la tribu más que ministro del gobierno de España. Ataviado con el turbante y el manto de la autoridad pasaría por uno de tantos entre los venerables afganos si no fuera tan blanquito de piel y tan bobalicón de gesto. Es más, si por fin hay remodelación del gobierno, me encantaría verlo sustituir el banco azul del Congreso por una silla de tijera en las montañas de Afganistán a modo de embajador.
No sé si lo haría mejor o peor ¿peor? pero estoy segura de que daría otro aire a la Alianza de Civilizaciones. Al menos, seguro que su paso por Afganistán este fin de semana le ha dado claves para esa Alianza. Sin ir más lejos el acto comenzó con el rezo de la oración, había mujeres con burka presentes y los notables eran todo hombres.
Son esas cosas que nos alejan demasiado de aquel entorno y dificultan la ‘alianza’. Nada parecido ni remotamente a la paridad y mucho menos a la laicidad. Quizás por eso Moratinos se viste allí de otra guisa. No solo hablo de turbantes sino del esquema de valores. Es cierto que no podemos imponer los occidentales pero habrá que explicarles a los afganos que el gobierno que les ayuda a tener pozos y agua potable es también femenino. Y la próxima vez, que vaya con Fernández de la Vega.