Hay fuentes en las que la tradición manda lanzar una moneda a cambio de algún beneficio. La más famosa es la Fontana de Trevi en la que el rito promete el regreso. Desde entonces, fuente que pisa el turista, céntimos que se deja. A veces, incluso, hay que añadir agujeros, ruinas o cualquier resto donde un tarambana tira una moneda para que dos horas más tarde aquello esté a rebosar.
Por eso no me extrañó saber que la fuente del Palau de la Música va a necesitar monedas para poner en marcha surtidores y música al compás. Pero no a la romana, tirándola de espaldas al pedir el deseo, sino a la valenciana, esto es, metiendo la moneda en la ranura.
Dicen los responsables municipales que será como con las tracas que alguien quiere tirar, por ejemplo, en una boda. Previo paso por caja. En las fuentes del Palau habría música si alguien la contratara.
Y yo ya lo estoy viendo. Imagino los valses de Strauss para unos novios que quieren el espectáculo en el vídeo de su boda pero también me temo que suene Lady Gaga porque un adolescente quiere decirle “te quiero” a su chica en un programa de televisión; el Chikilicuatre, para una cena de fin de curso o el “I just wanna make love to you” de Etta James, ahora que se ha ido, para una despedida de soltero.
Es más, quizás estemos a punto de inaugurar un nuevo método recaudatorio basado en el “insert coin”. No hay más que copiar a algunas zonas turísticas, como esas iglesias oscuras en las que solo metiendo una moneda pueden verse los frescos de un gran pintor.
Cualquier día tendremos eso en las farolas: si quiere tener luz para llegar a casa, 20 céntimos. Si la quiere con semáforos encendidos, 50. Si quiere papeleras abiertas, 60 céntimos; si la quiere con bolsa para perros, 1 euro. Si quiere ver las Torres de Serrano iluminadas para la foto, 2 euros y si quiere escuchar las campanas del Micalet, meta un billete de 10, no me sea rácano.