Les han llamado ‘pruebas de estrés’, de ‘esfuerzo’, de ‘solvencia’ o de ‘resistencia’, pero todas esas traducciones se refieren a una sola cosa: la capacidad de los bancos para sobrevivir a la crisis financiera que estamos sufriendo.

Hasta ahora la expresión solo la había oído aplicada a los seres humanos, en concreto, a quienes habían padecido un infarto y se sometían a pruebas para confirmar que su corazón se había repuesto del todo.

Por eso me resulta tan chocante hablar de que un banco es sometido a una prueba de esfuerzo o de resistencia. Entiendo que hablemos de la solvencia como hacemos con cualquier empresa pero me resisto a aplicar el término ‘esfuerzo’ a las entidades bancarias habida cuenta del dinero que se les ha insuflado ya sea en vena ya sea indirectamente a través del recorte de crédito que sufrimos los españoles.

Ocurre como en la política cuando Zapatero (o cualquier otro) habla de que el gobierno ha hecho o va a hacer «esfuerzos». Los hacen los ciudadanos que son quienes tienen que renunciar a su dinero para pagar impuestos con los que ese gobierno hace esto o lo otro.

Con los bancos ocurre lo mismo. El test de esfuerzo lo hemos pasado los españoles que, con nuestros sacrificios, mantenemos al sector bancario. El estrés no lo sufren las cifras sino los empresarios, los autónomos o los ahorradores que ven cómo les ahogan las deudas y no hay quien les eche una mano para reducir su angustia.

Eso es estrés y no los problemas de solvencia de unas cajas de ahorros que nunca debían haber estado sometidas al poder político. O si lo han estado, que sean los políticos quienes les saquen ahora las castañas del fuego o los test del infierno europeo.

Después de esto vendrán todos los responsables a congratularse del resultado y, en efecto, es mejor estar bien que estar mal pero el dato no alivia a quien tiene dificultades para encontrar tajo, para pagar sus recibos o para que no le quiten la casa después de haber pagado la mitad. Los que siempre superan los test son eso: los de siempre.